Por Ntd.la @ntdla

(Nota del editor: Otra vez acudimos al archivo de crónicas de nuestros amigos de NTD.la, quienes en 2015 publicaron una nota rememorando un gran momento de la historia del rock latinoamericano: El Festival Rock y Ruedas, celebrado en 1971, en Avandaro, a dos kilómetros de la Ciudad de México. A punto de cumplirse cuarenta años de semejante evento, viene bien traer a la memoria de todos lo ocurrido en aquellos días, con el divertido relato de nuestros colegas argentinos). 

Sintiendo la nostalgia por la celebración de de mega festivales de rock como el Lollapalooza, Rock al Parque, o el Vive Latino, recordamos al más multitudinario y barato de la historia del rock latinoamericano: el Festival de Rock y Ruedas de Avándaro, en 1971. Durante tres días, 250 mil mexicanos convivieron en paz y amor, pero a partir de entonces el rock fue perseguido por el Estado, como en ningún otro lugar. Hubo un tiempo que fue hermoso y libre de verdad, donde no se necesitaban grandes cifras para convocar semejante multitud. Por caso, el festival de rock más multitudinario y convocante de la historia del continente fue organizado en una semana y con presupuesto de 40 mil pesos mexicanos. Una bicoca.

Fue Woodstock el modelo a seguir en Avándaro. La leyenda cuenta que los organizadores de una carrera de autos le pidieron a un productor, Armando Molina para que convocara a algunas bandas de rock para tocar. Esperaban unas tres mil personas a lo sumo, y no hicieron nada de prensa. Pero unos días antes de la carrera, empezaron a llegar a dedo muchachas y muchachos desde los cuatro puntos cardinales. Aquel 11 de septiembre de 1971, el circuito de Avándaro, sobre el valle Bravo, amaneció colmado por cientos de miles personas, y la carrera se suspendió, por supuesto. Durante los tres días del Festival llovió, y el campamento hippie se convirtió en un inmenso barrial. Al primer día se acabaron las provisiones del pueblito de Avándaro y el ejército tuvo que tirar provisiones desde helicópteros.

Eran años agitados en México. En 1968, mientras el país se preparaba para hospedar los Juegos Olímpicos, estalló un movimiento juvenil contra la partidocracia del PRI. Diez días antes del inicio de los Juegos, el 2 de octubre de 1968, el ejército reprimió una movilización en la Plaza de la Tres Culturas de Tlatelolco, que terminó en la masacre de más de 300 manifestantes. A partir de Tlatelolco, todo ese descontento juvenil con la censura política se había encauzado hacia la cultura rock. Todos los ojos de México se posaron sobre Avándaro, para entender qué estaba pasando ahí.

Tocaron unas diez bandas que lo hicieron por chirolas, y los shows se transmitieron por radio. Cada show fue un descontrol total, básicamente porque la gente tomaba por asalto el escenario mientras las bandas tocaban. La imagen más recordada del festival es que llaman “La encuerada de Avándaro”, una jovencita llamada Alma Rosa González López que se subió al escenario y bailó desnuda durante el show de los Peace & Love, la banda que cerraba el festival. Fue durante la canción Mariguana, mientras la multitud coreaba el estribillo, que el cantante Felipe Maldonado arengando gritó “canten todos chinga su madre”. Para la autoridades esto fue el acabose. El PRI podía tolerar 250 mil hippies bailando desnudos, podían tolerar que las consignas del 68 se agitaran todo el tiempo, las odas a la marihuana, pero jamás que se insulte en público por radio. El presidente Luis Echeverría ordenó inmediatamente el fin de la transmisión. La prensa rápida de reflejos, emprendió al día siguiente una campaña de demonización: que más de dos toneladas de cannabbis y 50 mil litros de bebidas alcohólicas se habían consumido, que los jóvenes se revolcaban en el barro en grandes orgías, y que el festival estuvo plagado de guerrilleros.

A los pocos días, el presidente Echeverría dictó una ley, donde se prohibía los espectáculos y la distribución de discos de rock en el Distrito Federal. Comenzó así lo que se llamó “El Hoyo Negro del Rock en Mexico”, una época de 15 años en donde el rock circuló de manera clandestina. Fue entonces Avándaro, el festival más multitudinario y barato de la historia del rock, hito fundacional y a la vez maldición del rock mexicano.

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