raprivasbannerSrOstia-opcionalPor Santiago Rivas @rivas_santiago Foto: Rodrigo Morales @megapulse

Rock al Parque no es lo que era antes. No solamente por el hecho de que todo cambia (de Heráclito a Mercedes Sosa y así), sino porque ya no representa para Bogotá lo mismo que cuando se creó. El festival solía ser la cuna de una escena interesante, el verdadero apoyo que el rock de la capital necesitaba, para salir de la total irrelevancia a convertirse en un movimiento, gracias a este evento, en el que además pudieron unirse las tribus urbanas, los géneros y los amantes de la música en general, en torno a la idea de pertenecer a algo más grande que ellos. Rock al Parque acabó por contribuir con el desarrollo del rock de todo el país.

Creo que a la gran mayoría de quienes leen este portal les parece, como a nosotros, que Rock al Parque es importante. No solamente sigue siendo un hito importantísimo en el calendario cultural bogotano y un referente de la ciudad, también es la única manera que tiene la gran mayoría de los habitantes de la capital (y de todo el país, con cierto esfuerzo) de conocer nueva música, de ver a sus bandas favoritas o vivir la experiencia de un gran concierto, con músicos que ya hacen parte de los clásicos y los más grandes. Es una oportunidad para sorprenderse, y eso ya es bastante. Pero Peñalosa está al mando, entonces vale la pena que nos preguntemos ¿Qué pasaría si este fuera el último Rock al Parque?

Empecemos por especular de forma apocalíptica: Peñalosa no entiende Rock al Parque. O lo entiende, pero no le parece importante en lo más mínimo. Las cifras, hemos tenido la oportunidad de apreciarlo, sirven para cualquier cosa. A nuestro actual alcalde (y a la derecha en general) le sirven para demostrar que Rock al Parque (lo mismo que la cultura) no le importa a nadie, tal como parecen decirlo también la radio mainstream, las revistas de actualidad, el magro cubrimiento de los principales diarios, la farándula e incluso mucho del público joven, que ve en el festival una aglomeración innecesaria de gente maloliente, tan distinta a otros conciertos y otros festivales. No es la mayoría, pero en estos tiempos de alta conectividad, todas las opiniones cuentan, sin importar qué tan palurdas, irrelevantes, desinformadas o malintencionadas sean.

Esa plata que Bogotá gasta en su festival, podría servir para otras cosas, podrían pensar. Y podría además venderse. Ya están acabando con Idartes, reduciendo su relevancia, su presencia en nuestras vidas (¿han visto cómo cada vez aparece menos el logo de Idartes en las vallas paraderos, avisos en la prensa, etc.?). Muy posiblemente también estén reduciendo su tamaño, pero no tengo cómo probarlo. El caso es que la cultura en Bogotá puede cambiar completamente de rumbo, sin importar el presupuesto ni el nombre que se le dé. ¿El fin de Rock al Parque sería el fin de la corrupción distrital? Lo dudo seriamente.

Puede llamarse cultura a cualquier cosa y si el presupuesto gigantesco que anunciaron (al que ya no pueden sumar la plata que sí se va a usar en la nueva Cinemateca) se gasta en imprimir miles de millones de copias de la Urbanidad de Carreño, eso puede seguir siendo cultura. No es un buen uso del presupuesto, pero la polarización (es decir, la innecesaria y excesiva contienda ideológica que atraviesa cada decisión que se toma en Bogotá y Colombia en general) justifica cualquier cosa, aparentemente; incluso acabar con Idartes, que ha resultado la mejor forma de garantizar que las cosas pasen en la cultura del distrito, sin que cuente para nada el hecho de que fue creada por los gobiernos de izquierda.

Pero volvamos a la pregunta ¿Y si este fuera el último Rock al Parque? Y sigamos, de paso, con todas las preguntas que pueden desprenderse de acá: ¿Pasaría algo en absoluto? ¿Sufriría alguien con más visibilidad que el tuitero promedio, el metalero promedio, el público promedio? ¿Qué papel cumple Rock al Parque en nuestras vidas, en la vida de Bogotá? ¿Cambiarían en algo la escena y el mercado musical de Bogotá o de Colombia si se acaba Rock al Parque? ¿Para quién es el festival en realidad?

Por supuesto, ninguna de estas preguntas tiene una sola respuesta. Yo creo que si este fuera el último Rock al Parque, la ciudad estaría traicionando a su juventud y a su historia. Posiblemente no pasaría nada, y la indignación no llevaría a la gente a levantarse contra el Distrito, como pasó cuando el mismo Peñalosa quiso acabar el festival, allá en los noventa. Tal vez el ruido no superaría las fronteras invisibles de las redes sociales, no pasaría de una manifestación metalera, o qué sé yo.

Creo, sin embargo, que Rock al Parque cumple en nuestras vidas un papel fundamental, porque es un orgullo vivir en la ciudad que creó para sus jóvenes este festival enorme, en el que han tenido lugar tantos momentos excelentes, en donde se han creado recuerdos gratos para la gran mayoría y se ha podido reunir en un sitio, sin que se maten, a todas las tendencias de una música tenida por violenta e irracional. Es posible que la escena no cambie mucho en lo que corresponde a los grupos que rotan en la radio, tocan en festivales privados y contratan con grandes disqueras, pero el rock distrital y mucho del nacional se vería despojado de su única posibilidad de hacerse visible, por fuera de los entornos locales.

No son suficientes los mercados culturales regionales, ni lo es el BOMM. No es suficiente Estéreo Picnic, ni siquiera si se le suma Lollapalooza. Rock al Parque no es, ni tiene que ser como los festivales privados o los mercados culturales, pero está obligado a permanecer como un festival relevante. Ni siquiera un curador de la calidad de Chucky García puede cumplir con su labor en un 100% si se le recorta permanentemente el presupuesto, si las herramientas de negociación del festival son cada vez más limitadas, y si el Distrito se reconstruye sobre la idea de que Rock al Parque no sirve para nada.

De manera que es simple: si Rock al Parque estuviera por acabar, y nosotros quisiéramos salvarlo, deberíamos empezar por tener muy claro para qué se hizo, para quién está pensado y para qué sirve en realidad, o debería servir el festival. Pero además, deberíamos afinar lo que creemos que sabemos sobre la función de la cultura en la creación de una ciudad, pensar de nuevo si tiene que ser en realidad un negocio rentable y recordar que mucho de lo que somos ahora, así no nos guste la música, se lo debemos a la existencia de nuestra cultura, entre la cual sobresale todavía un festival que se va quedando sin dolientes. ¿Estamos listos, entonces, para pelear por nuestro festival, si se hiciera necesario?

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