Por José Gandour @zonagirante
Arte portada Zonagirante Estudio
Ya no hay más qué hacer. La batalla se perdió. El festival que más nos interesaba, el que nos ayudó a crecer (y al que ayudamos desde su comienzo a desarrollarse) se ha ido, desde hace varios años, por un camino que no reconocemos, y que decidimos no acompañar más. Rock al Parque ha terminado de convertirse en un evento aburrido, repetitivo, tóxicamente nostálgico y decepcionante. Quizás fuimos demasiado ingenuos al creer que este evento público, con casi 30 años de historia, iba a contribuir a la escena musical bogotana de manera superlativa, aún con el paso del tiempo, que lo que se vive culturalmente en la capital colombiana se iba a estructurar, a partir de este tipo de experiencias organizadas por la Alcaldía de Bogotá, de la mejor manera posible, para que las nuevas generaciones tuvieran siempre la mejor oportunidad de desarrollar su talento y exponerlo frente a la audiencia de esta ciudad, como adelanto a su posible expansión al resto del planeta, pero no. Así no funcionan las cosas, y menos con curadores demasiado conservadores, burócratas electoraleros que sólo quieren sumar masas para las fotos y oportunistas que venden descaradamente los actos ya fallidos del mercado musical internacional.
En Rock al Parque ya están lejos los días en que podía sospechar que el festival estaba hecho para aquellos asistentes que buscaban nuevos sonidos, para los que creían que el certamen se tomaría el riesgo de jugársela en la redefinición del rock como género, para los que esperaban decirle al mundo que el festival no tendría nunca el presupuesto de los eventos privados, pero que siempre tendría la capacidad de sorprender gratamente a cualquier habitante que decidiera asistir. A ver, yo en Rock al Parque vi a Black Rebel Motorcycle Club, Block Party, Asian Dub Foundation, a The Ganjas, a la primera Julieta Venegas, a Behemont, al primer Kinky, a Rita Indiana, a muchos más. Hoy exhiben demasiadas «leyendas» de sonido anquilosado, que vienen tocando sus viejos éxitos melancólicos, los del pogo sin gracia porque toca, porque es la vieja costumbre. Bandas que no tienen ninguna actualidad, que hace décadas la perdieron, con integrantes que podrían ser los abuelos de los asistentes, frente a quienes tocan contando los mismos chistes y anécdotas de antaño. Rock al Parque 2024 tiene un cartel, que, salvo pocos momentos, casi todos protagonizados por talento local, parece estar hecho para ser transmitido para televisores de transistores, en blanco y negro. Y en ese desatinado paquete no se olviden de incluir a La Pestilencia, una agrupación casi inexistente, que desde hace años sólo se presenta en unos cuantos eventos estatales, quién sabe cómo, por y para qué.
Cuando un festival presume, a estas alturas de la vida, de tener como principal atracción a la banda española Mago de Oz, muestra evidentemente que es un evento en estado de coma. Cerrar Rock al Parque con estos piratas del mal gusto es un acto decadente. ¿En serio no tenían nada mejor para traer? ¿La oferta era así de pobre? No debió salir barato el chiste, además. El problema de Rock al Parque no es de presupuesto, es de concepto. Y si vamos más allá, no hay una respuesta correcta a la pregunta ¿para qué sirve el festival?. Si la respuesta es simplemente «es para darle pan y circo al pueblo», es decir, darle entretenimiento gratuito a miles de aficionados, entonces, al menos, démosle un espectáculo de mejor calidad. Uno acorde a la actualidad musical. A pesar de lo que sospechan los organizadores del certamen, el Rock, a su manera, ha evolucionado, es más inclusivo, más atrevido en sus formas, más rico en matices. El rock se ha renovado a nivel mundial, después de una etapa de decaimiento, y tiene ahora mucho más que decir, más si vemos las cosas como han ido sucediendo en América Latina, pero de esto no se han dado cuenta en Rock al Parque.
Seguro que este fin de semana el Parque Simón Bolívar se llenará, es la tradición. Pero, insistimos, perdimos la batalla los que pretendíamos que este festival fuera otra cosa, algo con aspiraciones más grandes, más útiles. Rock al Parque 2024 tiene poco para ofrecer. Un consejo final, si nos lo permiten: para disfrutar de lo mejor, el público tiene que ir temprano, porque los mejores actos distritales y nacionales están en horarios demasiado tempraneros, ya que el festival no les da el verdadero espacio de promoción que se merecen.
Todo lo que nos interesaba del evento se malogró. Extrañaremos a nuestros amigos en el parque, pero la verdad así no nos funciona el asunto.