Por Miriam Maidana @ememiriam

Nota del editor: Nos hemos enterado del asesinato de Juan Ledesma, baterista de la banda argentina Superuva y la verdad es que no encontramos mejor homenaje a su obra y más adecuada petición por justicia para su caso que está nota elaborada por Miriam Maidana, psicoanalista de la UBA. Este artículo fue publicado originalmente en CosechaRoja.org, a quienes agradecemos por darlos permiso de su reproducción).

“Todxs los chicxs tienen remeras rockeras/ yo solo tengo una remera toda negra/ desesperado voy mirando las vidrieras/ voy preguntando: tiene remeras rockeras?”
Remeras rockeras/ Superuva

Los 90´s fueron en parte los años en que muchos jóvenes del conurbano bonaerense salían de sus piezas y se venían a Capital a tocar en antros y no tanto. Con Los Brujos , Babasónicos, EOY, Paoletti, liderando la movida desde zona sur –y bien oídos por Cerati, por ejemplo que los incluyó en algunos shows- se comienza a generar una división finita pero patente: los “sónicos” (Nuevo Rock Argentino) habían accedido a la educación, tenían presupuesto para instrumentos y vestuario y mucho no trabajaban. Pero el conurbano sur es grande, y desde Valentín Alsina surgían tres bandas que eran el ejemplo de porque Ramones fueron más punks que Sex Pistols: Ricki de Flema, el Mosca de 2 minutos y Checha de Superuva. Los tres eran muy amigos, muy poco estudiosos, muy de la calle, el alcohol y sus acompañantes.

Fue una fiesta que algunxs pudimos vivir: Ya no sos igual de 2 Minutos, Si yo soy así de Flema y Remeras rockeras de Superuva eran una trilogía insuperable. La poesía de las letras era directa: el amigo que se vuelve policía, el alcohol y las drogas, y la burla a que cualquiera se colgara una remera sin saber siquiera de qué banda era.

Las letras eran Valentín Alsina, novias que se transformaban en ex novias, fábricas cerradas, drogas y alcohol, padres desocupados, madres y abuelas trabajando afuera todo el día. Sus shows eran un disparate y por eso inolvidables: donde Babasónicos le cantaba a las montañas de agua, Ricki gritaba que “Nunca seré policía de provincia ni de capital”, el Mosca se asumía de “barrio obrero, Valentín Alsina” y Superuva anunciaba “Con mi guitarra mataré a tu mamá”, porque me imagino la cara que pondría la familia de la novia al verla con él. Igual aclaro que no la mató: no podrían haber comprado otra guitarra. Eran pobres.

Checha, el cantante de Superuva, vino a la Heavy Rock & Pop muchas veces, junto con el Chino, el primer baterista. Amé siempre que su banda paralela se llamara Contrabando de palitos salados, aunque luego lo redujeron a Contrabando. Como Ricki Espinoza, como el Mosca, a veces venían caminando porque en los 90´s de Menem o escabiabas o viajabas.

Superuva nunca fue tan convocante como 2 Minutos o Flema, y claramente tampoco como Babasónicos y los Brujos. Pero pregunten a cualquiera de la movida de los 90´s quien es Checha y todxs sabíamos de él. Estaba en todos lados, viendo bandas, compartiendo.

Y si el proyecto de la banda siguió adelante fue por su tenacidad. Actualmente es un cuarentón que se va a tocar en un bar de Quilmes un sábado cualquiera, como el año pasado logró armar una gira e irse a México, que tiene público para todo.

Sigue viajando en bondi, va a buscar medicamentos al Hospital Materno Infantil de Solano, y tiene el mismo pantalón a cuadros de hace 20 años.

Me enteré temprano que su baterista, Juan Ledesma, había muerto apuñalado y que Checha estaba en el Hospital Iriarte. Absurdo episodio tras tocar en un bar chiquito, seguramente por las birras y alguna moneda para el flete.

No escribí nada en ese momento porque todo era muy confuso, y la banda estuvo muy bien en preservar la investigación. Cuando se difundió la imagen del asesino –Cristian Ariel Geren, más de treinta, boludo importante– la red se llenó de sesudos informes acerca de los “Obelos”, un agrupamiento supuestamente punk llamado así porque paraban en el Obelisco.

Y así, como si nada, el significante “punk” agrupaba nuevamente a una sarta de imbéciles escupidores, matones, prepotentes e inservibles. Porque ni Cristian ni sus tres amigas-que patearon a un moribundo en el piso- han utilizado ser punks para cambiar el mundo, para el Hazlo tu Mismo, o siquiera para leer a Bakunin. Son lumpenes que “ocupan” una casa de una anciana y no generan nada. Son violentxs, nomás. Antes de los Obelos ya existían: una cresta y armar bardo. Luego huir como ratas, sea en el Parakultural, en Die Schule o en la plaza de Monte Grande.

Una cresta no te hace punk ni anarquista. Estafar a una viejita y ocuparle la casa no te hace punk. Andar con una navaja no te hace punk.

Osvaldo Bayer es anarquista, ponele. Estxs violentxs apañadxs por sus familias no llegan siquiera a tener una ideología.

Por eso debo decir que me alegré enormemente que hayan apresado al Obelo en Gualeguaychú, durmiendo en una alcantarilla. Y espero que el trío de chicas que pateó a un indefenso en la calle mientras chorreaba sangre también lo sea.

¿Creo en la policía y la Justicia? No y poco. Pero Superuva y Checha lograron que en 48 horas la Red amorosa, afectiva, musical, difundiera y los acompañe en su dolor. Así que espero que pasen varios años presos. Porque el efecto Violencia/s nos atraviesa también: los comentarios que van desde la violación hasta el sometimiento no me parecen necesarios. Juan no volverá a la vida por eso. Y nosotrxs debemos ser mejores que estxs asesinxs.

Porque punk es un movimiento y una identificación que no tiene nada que ver con agredir, matar, bravuconear.

Y menos que menos a lxs nuestrxs.

El punk permitió que miles y miles de personas accedieran a una formación, a una mirada contracultural sobre lo establecido. Permitió también que miles y miles de pibitos en vez de mirar la vida pasar en sus barriadas pobres encontrara un canal para ganar algo de plata y sostener el deseo de ser músicos, de tener una banda, de escaparle al hastío y a la fábrica, y de pagarse un alquiler y la birra.

Mi mayor respeto a Superuva, que se va a reponer y volverá a alternar barsuchos de mala muerte con giras por Latinoamérica.

Mi mayor respeto al movimiento punk.

Mi profundo desprecio a un asesino.

Mi asco a que mujeres puedan patear a un moribundo en el piso.

Capaz en la cárcel puedan leer a Bakunin, los provos, las comunas.

Okupar la casa de una anciana no es punk: es abuso de poder.

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