Por José Gandour @gandour

Soy un hipócrita. Digo a grito abierto que desprecio la nostalgia, pero, al rato, para reactivar fácilmente mi corazón pongo uno de los cinco discos que llevaría a una isla desierta, cada uno con una historia superior a los veinte años. En esos momentos inevitablemente suena Screamadelica, de Primal Scream; Technique, de New Order; Going Black again, de Ride; Between 10th and 11th, de The Charlatans Uk, y, por supuesto, casi punteando la lista, Colores Santos, de Gustavo Cerati y Daniel Melero.

Colores santos, con tres décadas encima, parte de una premisa esencial que disfrutan algunos grandes discos: Fue un álbum que nació sin ninguna obligación comercial encima, más bien logro ser una fórmula de escape, un goce diferente, un rompimiento de la rutina. Uno de esos trabajos que en su espíritu de aventura no tienen posibilidad de fracaso, en cuanto a que, si no funciona, sería un divertimento  más, una curiosidad dentro de la carrera del artista, una de esas piezas para coleccionistas, donde siempre habrá algo raro para descubrir. Partiendo de esa base, todo es ganancia. Y todo esto es perfecto para Cerati, acaso entonces el artista más popular de la música contemporánea latinoamericana, el de los muchos éxitos con su banda, pero el que, entre la enfermedad de su padre y las ganas de romper moldes y experimentar con nuevas máquinas y nuevo sonidos, se junta con el irreverente Melero, el personaje que estaba guiando los pasos de varios proyectos independientes de Buenos Aires, el artista que los otros detestaban. Ellos se sentaron seguramente con la premisa de  (adivino irresponsablemente)  «a ver qué sale de todo esto». Pudo haber quedado como un divertido capricho  del  «enfant terrible» más famoso del continente junto con el loquito de la cuadra, pero no. 

Este disco destaca por muchas razones. Por un lado, significa una redefinición de la palabra «rock» en el diccionario de Cerati. Es su aceptación con mayor confianza de toda la tecnología del momento y de su uso a favor de la potenciación de las composiciones. La fuerza instrumental puede provenir por distintos lados. Colores Santos es un disco que en el catálogo de Cerati puede seguir siendo etiquetado como guitarrero, pero aquí hay libertades en el ruido, hay acoples, hay veneno casi sin controlar. Es un álbum sucio y la suciedad hace parte esencial del alma de esta producción. Además, a su lado, Melero se siente como pez en el agua usando las máquinas sonoras que definen las texturas que ambientan y le dan ese impacto de música para escuchar de forma más privada, por fuera de los estadios. Si lo que presentaba Cerati con su banda Soda Stereo era para lo que sería ahora el principal escenario de un festival, con la masa desenfrenada cantando todos los temas, lo de Colores Santos hubiera podido escucharse en la carpa alternativa junto a los entendidos y los que buscaban la resonancia próxima, lo que sería popular en un tiempo.

 

Otro detalle innegable: Colores Santos es un disco sexy, sugerente, atrevido. Es un álbum que en buena parte de sus cortes se danza, se invita al éxtasis, a la euforia de la pista de baile. Sus letras son elegantemente sensuales, pero a su vez osa con cuestionar la definición de amor, su existencia, su utilidad. Son las dudas que se puede permitir un hombre adulto que no tiene la obligación de satisfacer a las masas. y aquí es donde me paso de la raya y puedo sonar insolente, pero, luego de esta experiencia, al retomar Cerati sus labores con su trío, presenta el que para mí es el disco más interesante de la carrera de Soda Stereo, Dynamo. Igual las cifras de ventas contradicen, frente a los otros títulos, lo que digo, quizás por ser un álbum demasiado osado para lo que se venía haciendo antes.

¿Es exagerado afirmar que, treinta años después, Colores Santos podría sonar como nuevo en este instante y ser festejado como en aquel entonces? Quizás. Quiero pensar que temas como La marea de Venus, Vuelta por el universo y, especialmente, la grabación que da título al compilado, tendrían una fuerte repercusión en un ambiente musical ávido de sorpresas. Igual este disco tiene aún mucho que enseñar y aún más para celebrar. Un álbum que, hay que reconocerlo, abrió muchas puertas impensables, especialmente en la mente de Gustavo Cerati. 

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