Por José Gandour @gandour

En ciento diecisiete días de fluctuante cuarentena en la ciudad de Bogotá, sólo he salido una vez y fue para ver al doctor por una pequeña herida en el pie. Fui, me atendieron y regresé y me volví a encerrar. Hace mucho tiempo no tenía el pelo tan largo (a mi realmente me crece hacia lo alto y por momentos me parezco al famoso promotor de boxeo Don King, del cual, por cierto, no he vuelto a saber nada desde ya hace bastantes años). No le he dado un beso ni he recibido un abrazo de nadie en todo este tiempo, y a mis amigos los he visto apenas a través de la webcam. En todos estos días he visto no sé cuántas series, un montón de películas, he leído varios libros en formato electrónico, y me he repetido varias veces, con todo el placer del caso, los capítulos de Monty Python,  los standups de Jerry Seinfeld y Ver la historia, ese programa de 13 episodios que hizo la televisión pública argentina con Felipe Pigna que, estando disponible en Youtube, se las recomiendo un montón. A través de Zonagirante.com, hicimos Náufragos en casa, un disco compilatorio por el cual he sido demasiado intenso con mis conocidos; hicimos una serie de entrevistas usando Zoom bajo el mismo nombre, con diferentes resultados, y, además, creamos un par de playlists en movimiento, una dedicada al talento femenino del continente, llamada simplemente Mujeres y otra, producto de nuestra colaboración con la plataforma francesa Groover, donde mostramos nuevos sonidos del resto del mundo. Todo esto casi sin salir de mi habitación.

Y no, no estoy pretendiendo ser ni mucho menos un héroe. Al contrario. He tenido algunos episodios de ansiedad, me he acostumbrado a hablar solo. Ojo, soy consciente de hacerlo, no crean que ya me imagino seres imaginarios. Más bien me gusta, aunque soy ateo, recordar esas palabras de Antonio Machado, en las que dice que quien habla solo espera hablar con Dios algún día. Escucho mi voz cuando estoy escribiendo, me gusta revisar mis textos en voz alta y discutirlos en pro de una mejor redacción enfrentándolos con mis remilgos vocales. Luego suelo llamar a uno que otro amigo, más cuando las notas me gustan mucho y quiero leerles el resultado, esperando sus comentarios. Todos los días tengo un par de minutos, casi siempre un poco antes de dormir, en los cuales me invade el miedo. No creo (pero no aseguro, no soy tan porfiado) que haya algo después de la vida y por instantes Shakespeare me convence de que esto no tiene sentido, que «La vida es una historia contada por un idiota, una historia llena de estruendo y furia, que nada significa». ¿Quién soy yo para contradecir a don William?

Todavía, igual, creo ingenuamente que la música, la buena música salva. Yo creo que en lugar de elevarle monumentos a algunos viejos tiranos cuyo terrible pasado perdonamos, deberíamos rendirle homenaje a aquellos y aquellas que crearon las mejores canciones, las que realmente nos marcaron el paso de nuestros días. Yo todavía lloro cada vez que suena Tom Traubert´s Blues, de Tom Waits, y pido desde ya que, cuando me despida de este mundo, alguien la haga sonar en alguna reunión donde me vayan a recordar mis seres queridos. Yo atesoro en mi memoria y lo escucho en cada ocasión posible el último corte del álbum hecho por Gustavo Cerati y Daniel Melero, Colores Santos, más cuando suena «Te extraño en las tardes/Quizás no es amor lo que me hace buscarte/Las decisiones/Siempre llegan tarde». Me parece que ahí están narrando una buena parte de mi historia. 

Casi siempre lo digo: No me gusta la nostalgia. No me gustan los discursos de la gente de mi generación que dice que la música de antes era la mejor y que no hay nada nuevo que valga la pena escuchar. Esa es una señal inequívoca de su vejez, de su amargura. En esta cuarentena me he dedicado a escuchar muchas maravillas que no esperaba descubrir. Desde ese blues de voz cavernaria que trae Maine in Havana, hasta todos los EPs que ha publicado últimamente mi admirada Fran Straube con su proyecto Rubio. Cada vez me gusta más el hip hop instrumental, y las mezclas exóticas donde los músicos son valientes y se preguntan «¿qué pasa si combino esto con aquello?». La curiosidad los lleva por caminos maravillosos que no sospechaban al principio. En medio de la pandemia, han salido ejemplos de atrevimiento sonoro que emocionan y conmueven. Por sólo citar un ejemplo, busquen Azul, una de las últimas grabaciones de mi amigo Pepe Mogt, y díganme si no encontraron genuina belleza en sus tres minutos y medio de extensión.

Llevo ciento diecisiete días enclaustrado y la verdad, con todo y los altibajos, he aprendido un montón. Tengo muchas ganas de seguir aprendiendo. No quiero morir tontamente, y no salgo de acá, por más que sienta los deseos que cualquier mortal soltero siente, de encontrarse con alguien y tragárselo entero en un huracán de besos y tocar todo su cuerpo (Algún amigo sugerirá, en este momento, que para algo sirve el sexting y otros artilugios de la tecnología). Les cuento que ya estamos preparando el segundo disco de la serie de Náufragos y que pronto presentaré un video que hicimos con una de las canciones del primer álbum, en el cual hacemos homenaje a Russ Meyer. Hoy buscaré  material oculto de algún comediante que admire o me pondré a ver otro documental sobre la historia del Cono Sur. En fin, sigo en casa. Algún día nos abrazaremos, mientras tanto hoy hay otras urgencias que cubrir.