radioPor José Gandour @gandour

En Bogotá se habla de una agenda, promovida por entidades privadas y gubernamentales,  cuya meta es consagrar a la capital colombiana como el principal centro musical de América Latina para el año 2025. Una idea un tanto pretenciosa, pero que puede traer importantes réditos para la ciudad.

Para ello, antes de llenarnos de artilugios, debemos solucionar lo básico. Tenemos dos problemas en materia de géneros contemporáneos que merecen nuestra atención: Por un lado, existe una gran cantidad de talento local que no encuentra vías reales de difusión para su música, y por tanto no obtiene las suficientes herramientas para desarrollar una carrera profesional. El segundo problema es que una porción importante del público desconoce el amplísimo catálogo de artistas que se desarrolla a su alrededor. Son tan graves estos puntos, que en realidad, hasta no corregirlos, estaremos simplemente comprando espejitos de cristal, creyendo que son joyas de la corona.

Estos asuntos son ignorados desde la empresa privada, ya que a muchos de los inversionistas involucrados hoy en día en el negocio musical en Colombia no les interesa salir de su zona de confort. A ellos les va bien haciendo conciertos para la gente más pudiente y esperando, en el mejor de los casos, que las bandas nacionales que los acompañan en el proceso puedan pasar de ser los teloneros de los artistas internacionales que nos visitan, a ser rápidamente exportados a mercados del primer mundo. Igual esto sólo le sirve a pocos, muy pocos.

Una mentira viene justificando hace un buen tiempo este tipo de sucesos: Se cree que, porque Colombia es un país caribeño, lleno de buen folclor y «alegría parrandera», no hay cabida popular para los géneros contemporáneos. Hay quienes dicen, no faltos de desprecio racista y clasista, que lo único que puede escuchar «la masa» en nuestro país es reggeton y ritmos afines. Esta afirmación pierde toda su validez cuando uno se asoma por cualquier barrio popular de la ciudad y nota la cantidad de proyectos musicales relacionados con rock, fusión y hip hop que se desarrolla día a día. Los encargados culturales de las alcaldías locales pueden dar fe  de ello con sus cifras.

Hay una importante porción del público juvenil a la cual no se le incluye en las estadísticas del negocio musical porque no tiene el presupuesto para pagar una entrada a los principales festivales privados de la ciudad. Pero es un público ávido de información y que ha demostrado en claras ocasiones que cuando se acerca a una propuesta nacional que le gusta, la ha apoyado con creces. Lo vimos con Aterciopelados, 1280 almas o Ultrágeno, por citar unos pocos ejemplos.

Pero para que este público estreche lazos con los músicos de su entorno, necesita saber de ellos, conocer sus canciones, tener acceso a sus creaciones. Y ahí es donde, ahora más que nunca, si realmente pretendemos que Bogotá, y por ende, el resto de Colombia, sean punto musical referente, debemos exigir a fondo la participación de los medios de comunicación públicos. El Estado debe tomar cartas en el asunto.

El esquema actual de Radiónica, principal emisora pública de música contemporánea, debe ir más allá de sus metas presentes. Sabemos, y no podemos negar, que los encargados de este medio de comunicación están profundamente interesados en favorecer la cultura musical de sus oyentes y han establecido, a lo largo de sus años de existencia, una buena relación con el ambiente local, pero su actual programación no da entera solución a las necesidades actuales de desarrollo del mercado interno colombiano. Sus números de audiencia son interesantes, pero no suficientes. Los detractores de la emisora creen que sus intereses  se confunden con las necesidades de los promotores de eventos privados  y por ello califican a Radiónica de «elitista» en su conducción.

El Estado colombiano debe comprometerse con el desarrollo de las industrias culturales patrias, facilitando la difusión de sus artistas, para cubrir la necesidad de un espacio que pueda contribuir de manera real a la economía del país. Si el Estado ha invertido una cifra importante de su presupuesto en la creación y sostenimiento de sus propios medios de comunicación, los artistas que desarrollan sus actividades dentro de sus fronteras deben ser los principales protagonistas de la difusión ejercida. Las emisoras públicas deben ser «nac&pop», es decir, nacionales y populares.

Por ello,  en el caso específico de Radiónica es necesario aumentar desde ya la presencia de material local en su programación y aplicar una política clara de incluir un porcentaje mayor al 50% de canciones colombianas dentro de su tiempo de emisión. Una decisión que se debe reflejar a toda hora, en todo momento, y no sólo en los horarios menos atendidos.

Sé que los responsables de esta radio (entre ellos, varios amigos) criticarán esta propuesta. Conozco sus argumentos en contra: Creen que no hay suficiente material de calidad para armar esa programación. Dicen que la audiencia alcanzada hasta el momento, si se aplica esta medida, se perderá en cuestión de días. Advierten un veloz deterioro de lo construido hasta este instante.

El trabajo de los programadores de esta emisora ha sido desde siempre confiable y lleno de buenos propósitos, pero los tiempos marcan la pauta para construir más rápida y sólidamente lo que puede ser una escena más completa, más inclusiva, más democrática y, acudiendo a términos capitalistas, más productiva y rentable. Algunos de sus oyentes se alejarán y seguramente serán acogidos por medios privados, donde les hablan en perfecto inglés y tienen a la revista Billboard como referente y biblia. Pero estoy seguro, y apuesto lo que sea, que, si las cosas se hacen bien, el público crecerá por los lados hasta ahora ignorados.

Esta decisión, que no puede ser la única medida para fortalecer el crecimiento de la escena musical colombiana, daría firmeza al trabajo no sólo de las bandas comprometidas, sino de aquellos actores que participan en el proceso, es decir productores, estudios de grabación, salas de ensayo, promotores barriales, pymes musicales, etcétera. Nadie, si lo pensamos claramente, podría sentirse perjudicado por esta disposición. Está claro que no se ha aplicado porque tememos consecuencias inexistentes. 

El interés de la radio pública debe ser el de estar del lado de los suyos, de los nuestros.  Es hora de sacudirnos y crear las condiciones para establecer un verdadero marco cultural incluyente. Esta, y otras decisiones que deben comprometer de una forma más firme al Estado, podrían equiparar las cargas para un desarrollo más igualitario y más amplio del mercado. Quizás así, en los años venideros, veríamos como Bogotá, al lado de otras importantes urbes latinoamericanas,  desarrollaría el ambiente musical que se merece.

P.s. ¿No viene siendo hora que la Alcaldía Mayor de Bogotá piense seriamente en crear su propia emisora de música contemporánea?

 

 

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