Por José Gandour @gandour

Este ha sido el año de resistencia. Un año de cuarentenas, de extremas limitaciones, de respirar demasiado tiempo el aire encerrado de nuestras habitaciones, de mirar por demasiadas horas lo que sucede en la calle desde las ventanas. 2020 para muchos significa la muerte a su lado, los silencios menos esperados, la desconfianza, el alejamiento. Pero, aún así, este ha sido un año de muchos ejemplos musicales que nos desbordan, que nos alivian, que nos alientan a superar lo vivido. 2020 (y lo digo a nivel personal) no podía ser un año para álbumes que simplemente superaran la discrecional línea de calidad, la nota aprobada. Si, han salido demasiados discos que logran una mediana felicitación, un par de reproducciones completas, y luego pasan al olvido. Siempre sucede. Pero, como han sido estos meses, nos teníamos que aferrar a las maravillas, a las sorpresas que, sin permiso alguno, nos dan la cachetada que nos despierta. No son los compilados de moda, los que repiten fórmulas, los que podían curar las heridas de esta larga batalla. Esa función hay que dejársela a las obras hechas a partir del riesgo, del deseo de abrir la ruta con su propio machete, quizás no llegando a ninguna parte, pero con la valentía de su lado. En este año no había otra opción, lo demás es la repetición de la repetidera.

Por esas razones estaba esperando ansiosamente el nuevo trabajo de la franco venezolana Sophie Fustec, más conocida el ambiente artístico como La Chica. En años anteriores hemos nombrado sus canciones y sus videos como deliciosos ejercicios de reestructuración (a su audaz modo) de lo establecido. Ella, como pocos, reinventa sonora y visualmente la forma de observar y describir la vida. En su recorrido musical hemos visto cómo siempre ha dado el paso siguiente y, a fuerza de, quizás, alejar a una audiencia conformista, presenta su trabajo con una prueba para el oyente, quien, si acepta el reto, descubrirá la bella y compleja puntualización de sus producciones. Esperaba entonces su nuevo disco, La Loba, suma de siete canciones, y apenas veintiún minutos de duración. Y volvió el asombro.

La Loba es piano y canto. Si, nada más. Suena sencillo, ¿no?. No, no se engañen. Puede que se cuenten pocos elementos en la grabación, pero al escucharlo, todo es lo suficientemente grande para acogernos en su gracia. La Chica se transforma por momentos en el coro de su propio templo, acude a sus manos para añadir las resonancias adicionales y el piano, en su labor de arado  se hace presente sin exagerarse en su marcación de los surcos donde reposan y crecen todas las hierbas necesarias para enaltecer esta grabación. Este no es para nada un trabajo conformista. Es, al contrario, la exposición, con venas abiertas, de una artista que ha vivido el 2020 luchando contra la oleada de desgracias personales y colectivas de forma osada y sacando uno de los mejores discos de los últimos tiempos.

 

Hemos encontrado a La Chica en el vecindario parisino de Belleville y hemos podido obtener algunas respuestas a las preguntas que nos surgen escuchando una y otra vez La Loba:

¿Cómo decidiste simplificar el número de instrumentos que intervienen en tu producción?
Este álbum ilustra el año 2020 que acabo de vivir. Fue un año muy intenso, violento, lleno de cambios, de muerte. Sentí la necesidad de transformar todas esas emociones en música. Pero, sobre todo, volver a la esencia de las cosas. Entonces quise presentarlo en su forma más sencilla: con puro piano y canto.

Tu disco igual en las letras refleja angustia, violencia, ciertos momentos de tristeza, pero, igual, tiene momento de amor. ¿Así sentiste todo este maldito año?
Así mismo. Mucha ira, pero también amor infinito. Mi hermano falleció en julio pasado. Fue violentísimo pero a la vez pude reconectar con sentimientos muy profundos como el amor supremo.

Si alguien te pidiera etiquetar tu música, ¿qué palabras usarías?
Arty pop con chamanismo moderno (risas).

¿Qué artistas te inspiran?
Nina Simone. Radiohead. Debussy. Rubén Blades.

¿Qué tan cercana te sientes a América Latina, específicamente a Venezuela?
Tengo una mitad muy francesa ¡y la otra muuuy venezolana! He pasado mucho tiempo allá en Venezuela hasta que la crisis no me lo permitió más.
Mi hermano vivía en México y fue como la tierra de adopción. Necesito estar en América Latina. Es un equilibrio. Entonces empecé a desarrollar el proyecto allá. Y en realidad agarró más fama en México que en Francia. He pasado mucho tiempo en México. Es una tierra que amo .Pero extraño a Venezuela de una manera infinita. Me duele mucho.

Me gusta mucho tu desarrollo audiovisual, ¿qué esperas que digan tus videos?
Veo el arte de una forma global. Entonces los visuales tienen que representarme. Tienen que contar quién soy , usando referencias artísticas que amo/defiendo.

Eso me permite preguntarte: ¿Quién eres? ¡Qué amas? ¿Qué defiendes?
Soy un collage de culturas, un mezcla rara, un ser híbrido. Defiendo la fusión. Defiendo la libertad . Defiendo lo “diferente”. Creo en el arte más que en la política . Combato la discriminación.

En la exposición de todo lo que haces se nota que hay valentía, riesgo, inconformismo. ¿Qué alimenta y sostiene todo el proceso?
No sé (risas). Mi papá era punk y anarquista. Creo que guardé algo de esa energía anti conformista. Crecí en un barrio muy popular, multicultural, con mucha mezcla. Nunca he visto a nadie (incluso a mí) corresponder a los criterios convencionales del sistema. Es un sistema que no conviene ni a las mujeres, ni a los pobres, ni a los LGBTQ+ ni a nadie que esté presente en mi realidad. Entonces lo digo a mi manera.

Por último, ¿qué planes tienes para el futuro?
La luna (risas). En serio. Quiero tocar en vivo. Quiero compartir la energía de la música con la gente. Donde sea.