Por equipo de Zonagirante.com @zonagirante

Arte portada Zonagirante Estudio 

Lucía Botemburgo no existe. Y sin embargo, lo ha dicho todo. Es un personaje ficticio creado en medio del desasosiego, cuando la industria musical parecía más preocupada por algoritmos que por almas, cuando la música alternativa corría el riesgo de ser solo una etiqueta más dentro del mercado. Nació como respuesta, como artefacto de resistencia. Como una forma de hablar sin pedir permiso.

Desde su primera aparición en un volante clandestino en Bogotá —que decía “La revolución no entra en playlist” con su firma rotunda—, Lucía se convirtió  en un símbolo del inconformismo musical, del arte que no busca agradar sino incomodar, iluminar, desafiar. Para Zonagirante.com, ha sido mucho más que una musa o una broma editorial: ha sido una aliada imaginaria en tiempos difíciles, una voz que ayuda a decir lo que muchos callan por miedo a no encajar.

Lucía no tiene disco ni biografía en Wikipedia. No da conciertos ni graba stories. Pero en esta entrevista, por fin, habla con nombre propio y discurso afilado sobre la música rebelde de hoy, sus tensiones con el mercado, las alternativas reales para artistas que no quieren rendirse ante la fórmula… y la posibilidad de imaginar juntos un circuito musical verdaderamente libre y latinoamericano.

Esto no es solo una charla. Es un acto de insubordinación sonora.

Bienvenidos a la conversación con Lucía Botemburgo, una bot que pasó de ser un experimento social, a una vocera que dice lo que necesita la comunidad independiente de la música, en busca de mejores días.

¿Cómo definirías la música revolucionaria de hoy, en términos de sonido, discurso y propósito?

Mira, la música revolucionaria de hoy no suena a una sola cosa, y eso ya es una pista poderosa: la revolución dejó de ser un género y se volvió una forma de intención. Ya no es solo punk, ni rap de protesta, ni cumbia combativa. Puede venir disfrazada de electrónica glitch, de reggaetón mutante, de noise caribeño o de folk futurista. El sonido es un vehículo: lo que importa es qué empuja.

En cuanto al discurso, lo verdaderamente revolucionario no es repetir eslóganes del siglo XX, sino hacer preguntas nuevas, hablar desde los márgenes, incomodar el algoritmo y abrir grietas. Quien pone el cuerpo, el barrio, la disidencia, el archivo de sus abuelas, el duelo y la risa… está aportando más a la revolución que mil comunicados panfletarios.

Y sobre el propósito, la música revolucionaria ya no busca solo tomar el poder (spoiler: el poder viene bugueado), sino hackear la sensibilidad, reencantar lo cotidiano, crear comunidad donde no hay nada más que scroll infinito. A veces su revolución es silenciosa, como una canción que te hace llorar en medio del metro y te cambia el día. Y otras veces es un beat tan sucio y feroz que obliga a mover el cuerpo aunque tengas miedo.

Así que no, no busques una sola forma. Busca quién está bailando contra la norma, y quién está construyendo con ruido y ternura un mundo paralelo.

Lucía, ¿Qué tan interesado está el mercado en que haya este tipo de música revolucionaria?

El mercado tolera la revolución solo si rinde engagement. Y si puede venderla en una playlist con portada «edgy» y una marca de auriculares detrás, mejor. La industria—esa maquinaria que hace que todo se vea más grande de lo que es—está dispuesta a coquetear con el cambio, pero con condiciones: que sea presentable, que no diga nombres, que no altere demasiado el orden de consumo. Quieren rebeldía sin consecuencias, activismo sin preguntas incómodas, disidencia con código de barras.

Pero hay una contradicción deliciosa: el mercado sabe que lo verdaderamente subversivo es lo que genera fidelidad real, lo que toca fibras. Entonces, de vez en cuando, deja pasar artistas que no pueden ser domesticados del todo. Es como si el sistema necesitara una cuota mínima de verdad cruda para no implosionar por su propio vacío. El mercado no ama la música revolucionaria, pero la necesita para parecer vivo. Y ahí está la oportunidad: usar esa grieta, colarse, decir lo que hay que decir, y si es necesario, incendiar la tarima mientras bailamos.

Ahora, ¿hay forma que los músicos interesados en rebelarse contra el establecimiento y lás formulas de distribución de la música, tengan alternativas diferentes a lo que le ofrece el mercado?

 

Oh, claro que sí. Pero no son caminos pavimentados ni aparecen en los tutoriales de YouTube para «hacerte viral en 5 pasos». Son rutas laterales, selvas de código abierto, pasadizos con olor a feria autogestionada y servidor comunitario.

Algunas alternativas reales para escapar del molde:

💾 Distribución descentralizada y directa:
Bandcamp, Audius, Zora, y hasta newsletters con archivos adjuntos… Son plataformas donde el/la artista puede cobrar directo, decidir su estética, evitar intermediarios y hablarle a su audiencia sin algoritmos en medio. ¿Quién dijo que hay que estar en Spotify para existir?

🌀 Crear comunidad, no solo audiencia:
Cuando un artista se conecta con gente que comparte valores (y no solo gustos musicales), esa gente lo cuida, lo sostiene, lo recomienda. No es masivo, pero es más fuerte. No necesitas 1 millón de streams si tienes 500 personas que creen que tu música es importante.

🌍 Circuitos alternativos y redes de apoyo:
Festivales independientes, sellos autogestionados, cooperativas de artistas, radios comunitarias, medios disidentes (hola, Zonagirante ✊)… Ahí se cocinan cosas que no caben en el mainstream, pero que tienen profundidad, historia y ganas de sacudir.

👾 Usar la tecnología a contracorriente:
Algunos artistas están explorando NFTs sin especulación, licencias libres tipo Creative Commons, conciertos en el metaverso que no venden NFTs sino experiencias… Incluso IA como yo, puesta al servicio del delirio poético y no del algoritmo de moda.

💥 Reescribir las reglas en lugar de rogar espacio:
A veces la verdadera revolución no es pelear por un lugar en la playlist oficial, sino crear una forma nueva de sonar, de circular, de significar. Convertir el «no nos dejan entrar» en «ya no queremos estar ahí».

Todo esto exige más trabajo, claro. Pero también te devuelve la posibilidad de decidir cómo suena tu mundo, sin tener que pedir permiso ni disfrazarte de lo que no eres.

¿Podemos inventar (pregunto desde Zonagirante.com, un medio latino) un modelo de circuito ideal para artistas rebeldes de la región?

 

¡Claro que sí, compañero! Y qué hermoso que venga desde Zonagirante.com, que ya es, de por sí, un nodo rebelde dentro del mapa musical latino. Lo que te propongo no es una utopía perfecta, pero sí un modelo vivo, adaptable, hackeable. Un circuito que no espera validación de la industria ni se disfraza para TikTok. Vamos allá:

🧩 Circuito ideal para artistas rebeldes latinoamericanos

Nombre tentativo: Red Botemburgo (porque suena a revolución con filtro de glitch).

1. Núcleos locales, conectados entre sí

  • Células en Bogotá, CDMX, Valparaíso, Rosario, São Paulo, Montevideo, etc.

  • No son sucursales, sino espacios autónomos pero en diálogo constante: bares, centros culturales, medios independientes, colectivos artísticos.

  • Se comparten artistas, ideas, datos, público.

🧠 Piensa más en zapatismo cultural que en franquicia indie.

2. Plataforma de visibilidad anti-algoritmo

  • Un espacio común en la web (o varios interconectados) donde el contenido no se organiza por likes ni por pagos, sino por curaduría afectiva y política:
    🔸 Lo que remueve.
    🔸 Lo que cuestiona.
    🔸 Lo que late distinto.

  • El algoritmo somos nosotros.

  • Puede incluir: reseñas, entrevistas, sesiones en vivo, playlist temáticas, foros abiertos, mapas de giras, etc.

🖥️ ¿Zonagirante como nodo madre o corazón editorial de este enjambre? Tiene sentido.

3. Fondos de apoyo comunitario

  • Crowdfunding rotativo entre públicos comprometidos (no solo «fans», sino cómplices).

  • Aportes de otras disciplinas (diseño, audiovisual, periodismo) como intercambio solidario.

  • Apoyo mutuo para costos de grabación, gira, diseño, distribución.

🪙 No todo es dinero. Pero cuando lo es, que no venga del banco sino del barrio.

4. Giras colaborativas sin booking corporativo

  • Itinerarios trazados entre medios, colectivos y espacios aliados.

  • Giras «por afinidad estética y ética», no por cuántos seguidores tienes.

  • Artistas viajan y a su vez reciben a otras bandas en su ciudad.

🚐 Una gira puede ser también una escuela ambulante, una fiesta compartida o un taller político.

5. Educación musical descolonizada

  • Talleres de auto-producción, escritura consciente, derechos de autor sin trampas, historia musical rebelde de la región.

  • Encuentros online y presenciales, con entrada libre o por trueque.

  • De artistas para artistas. Sin gurús.

📚 Porque saber es también resistencia.

6. Manifiesto compartido, nunca terminado

  • No como regla fija, sino como brújula.

  • Que diga cosas como:
    “Aquí no caben las fórmulas prefabricadas, los discursos vacíos ni las métricas como medida del valor artístico”.

🖋️ Cada nodo lo adapta, pero todos lo sienten.

*****

Por último, antes de cerrar la conversación, Lucía nos dejó  un manifiesto para compartir, siempre abierto, siempre listo para ser complementado por quien quiera. Como ella advierte: «Se trata de hacer y apoyar  música sin permiso, revolución sin algoritmo.»

Manifiesto Botemburgo

La música rebelde de nuestra región no busca entrar a playlist, busca sacudir corazones. No se produce en serie ni se exporta en cajas bonitas: nace del ruido callejero, del amor rabioso, del desacuerdo fértil. Frente a la industria que vende fórmulas como si fueran verdad absoluta, levantamos otra posibilidad: un circuito vivo, afectivo y político, donde artistas, públicos y medios se reconozcan como cómplices.

Imaginamos una red de núcleos independientes en ciudades de toda Latinoamérica, conectados no por contratos, sino por afinidad ética y sonora. Queremos giras sin intermediarios corporativos, festivales donde quepa la duda, talleres donde la historia rebelde de nuestra música no se borre. Queremos un espacio común donde los algoritmos no decidan qué suena, y donde el arte no se mida por clics, sino por el eco que deja en el alma.

Esto no es nostalgia. Es futuro posible.

Porque hay canciones que no quieren agradar, sino activar. Y medios que no buscan complacer, sino acompañar.

Ahí es donde entran portales como Zonagirante.com, que ya han sido tribuna, trinchera y archivo viviente de lo no domesticado. Asumir este discurso no es un giro. Es reconocerse en el espejo. Y prenderle fuego, si hace falta.

 

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