Por equipo de Zonagirante.com @zonagirante
Arte portada Zonagirante Estudio
Nota del editor
Y de repente te asomas a los sitios de noticias y te encuentras, de frente, con decisiones temerosas tomadas por gente absurda con poder. Y todo eso, de manera inesperada, te lleva a la memoria un buen recuerdo: el de tu madre.
Así es la cosa. Marco Rubio, secretario de Estado norteamericano, ha tomado la decisión, a través de una directiva interna de estilo tipográfico, de prohibir el uso de la fuente Calibri y volver a la rígida Times New Roman en documentos oficiales. Para Rubio, usar Calibri resulta demasiado “woke”, demasiado inclusivo.
¿No se supone que los textos públicos deberían ser lo más claros posibles, para que toda la ciudadanía pueda leerlos y comprenderlos? ¿Por qué le molesta tanto a esta gente que todos entiendan, que todos puedan integrarse a la información?
Mi madre, una persona que vivió buena parte de su tiempo de trabajo y de descanso frente a las pantallas, siempre me pedía usar Calibri en los textos que revisábamos para sus propuestas. Es una fuente gentil, amable, que nunca pierde su seriedad y que resulta accesible para muchos. Estoy seguro de que en este momento estaría molesta con las tonterías de Marquito, un retrógrado más, como tantos otros que sobran.
Este hecho nos hizo pensar, en la oficina de Zonagirante.com, en este artículo, en el cual queremos hablar, sin dramatismo pero sí con puntualidad, de algunas de las ridiculeces que se ejercen desde el poder a nivel global. Decisiones tomadas por capricho, sin sustento real, que no buscan ordenar el mundo sino volverlo más estrecho.
Introducción
Ninguno de los casos que aparecen en este texto surgió de la nada. Muchos llevan años incubándose en discursos, columnas, campañas electorales y guerras culturales de baja intensidad. Lo que distingue a este año no es el origen de estas ideas, sino su ejecución.
En 2025, la ridiculez dejó de esconderse. Lo que antes se presentaba como “debate”, “preocupación legítima” o “defensa de valores” ahora se traduce directamente en circulares, ordenanzas, prohibiciones y vetos. No hablamos de grandes planes ni de conspiraciones sofisticadas, sino de decisiones pequeñas, mal pensadas, a menudo mal escritas, pero con efectos muy reales.
Este no es un inventario del mal, sino algo más inquietante: un catálogo de torpezas administrativas cometidas por personas con poder que confunden gobernar con imponer sus obsesiones personales. La banalidad del gesto es, quizás, lo más alarmante.
1. Estados Unidos: tipografía como campo de batalla
La prohibición de Calibri en documentos oficiales no resuelve ningún problema de comunicación, eficiencia o transparencia. No reduce costos, no mejora la lectura, no moderniza al Estado. Es, sencillamente, un gesto simbólico.
La fuente, convertida en sospechosa ideológica. El diseño gráfico, tratado como amenaza moral. En nombre de una cruzada contra lo “woke”, se sacrifica algo tan elemental como la legibilidad. Gobernar, al parecer, también consiste en elegir mal las letras.
2. Argentina: el lenguaje bajo decreto
En marzo de 2024, el gobierno argentino emitió una directiva que prohibía el uso del lenguaje inclusivo y de la perspectiva de género en documentos de la administración pública nacional. La medida se justificó como una forma de “ordenar el idioma” y “defender la claridad”.
El problema es que nadie estaba obligado a usar lenguaje inclusivo. No entorpecía trámites ni generaba caos administrativo. La prohibición no solucionó nada. Solo dejó claro que el Estado se arroga el derecho de decidir cómo pueden expresarse sus trabajadores, incluso cuando esa expresión no afecta su función.
Una guerra cultural librada desde un memorando.
3. Florida: bibliotecas en retirada
En varios distritos escolares de Florida, cientos de libros fueron retirados de bibliotecas escolares entre 2024 y 2025. Las razones variaban: referencias a sexualidad, racismo histórico, identidad de género o, simplemente, incomodidad ideológica.
No se trató de textos marginales, sino de obras premiadas y ampliamente utilizadas. En muchos casos, los libros fueron retirados “por si acaso”, ante el temor de sanciones administrativas. La escuela convertida en terreno minado. El bibliotecario, en sospechoso permanente.
4. Hungría: cuando el Estado decide qué existe
Bajo el paraguas de la llamada “ley de protección infantil”, el gobierno húngaro profundizó la censura de contenidos LGBTIQ+ en educación, medios públicos y productos culturales accesibles a menores.
Libros retirados, advertencias obligatorias, materiales educativos editados. Todo en nombre de una amenaza abstracta. No se protege a nadie borrando realidades. Se administra el silencio como política pública.
5. Italia: corregir el pasado
La revisión de contenidos educativos sobre colonialismo y migración en Italia se presentó como un intento de “equilibrar la narrativa histórica”. En la práctica, significó suavizar términos, eliminar contextos incómodos y reescribir sin consenso académico.
No es debate historiográfico. Es maquillaje político. El pasado editado con corrector blanco.
6. Perú: moral con presupuesto
Aunque muchas de estas decisiones no prosperaron legalmente, el mensaje fue claro: el financiamiento cultural puede convertirse en herramienta de control ideológico. No es política cultural. Es miedo con presupuesto.
7. México: normas que no dicen nada, pero permiten todo
Reglamentos municipales ambiguos sobre el uso del espacio público permitieron la cancelación de conciertos, performances y actividades culturales por razones tan vagas como “afectar la imagen urbana”.
Cuando una norma no define con claridad lo que prohíbe, habilita la arbitrariedad. Y la arbitrariedad siempre encuentra a quién molestar.
8. España: el silencio selectivo
Las ordenanzas contra el ruido en varias ciudades españolas afectaron de manera desproporcionada a iniciativas culturales independientes, mientras grandes eventos patrocinados seguían operando con permisos especiales.
No es una cruzada contra el ruido. Es una jerarquización del silencio. Y, como siempre, el silencio se impone a los más pequeños.
Cierre
Ninguna de estas decisiones, tomada por separado, parece capaz de cambiar el mundo. Juntas, sin embargo, dibujan un paisaje inquietante: uno en el que gobernar significa estrechar, simplificar a la fuerza, volver sospechosa la claridad.
La ridícula administración del mundo no se ejerce con grandes discursos, sino con pequeñas órdenes mal pensadas. Con tipografías prohibidas. Con libros retirados. Con palabras vetadas. Con silencios impuestos.
Y quizás ahí radica el verdadero problema: no en la malicia, sino en la pobreza de imaginación de quienes creen que mandar es reducir.




