Por José Gandour @zonagirante

Escuchar a la banda colombiana Sonoras Mil es asumir una aventura retrofuturista. A ver, me explico: Lo que hace y lo que toca esta agrupación parece un periplo psicodélico por los años setenta por el occidente del país, época en la que se presentaban cada fin de semana los mejores artistas de salsa del planeta (y, de paso, se añoraba la Nueva York latina de esa década) y, por otro lado, de manera underground, se oía toda la onda hippie que llegaba del norte del continente, Todo eso en algún momento debía fusionarse y, claro, hubo experimentos  y grabaciones que quedaron por ahí, en los rincones de las más especializadas colecciones discográficas de la región, pero en esa época esa alquimia no prosperó como se presumía. Y ahora, 50 años después, desde Pereira, en pleno eje cafetero, en los instrumentos y las voces de Felipe y Mauricio Gómez Ossa y todo su combo, dicho espíritu revive, esta vez de manera sólida y contemporánea, mezclando rock, sabores y sonidos caribeños, pop, reggae y otras sustancias inesperadas. Canciones que, si el mercado musical tuviera oídos justos (ja!) la audiencia estaría atendiendo plenamente, como se lo merece. Igual, esquivando los lamentos de siempre y, más bien, celebrando la buena música, tenemos ante nosotros un brillante álbum de diez cortes llamado Dicen que la muerte murió. 

Si, recuperando lo que decimos en el título, este disco es el producto de una licuadora de ritmos, donde la experimentación siempre está presente y donde, cumpliendo la premisa de hacer tonadas redondas, todo vale y a todo se acude para conseguir el objetivo. Aquí se juega con lo que haya, cuando la oportunidad lo requiere: hay instantes de intensa distorsión guitarrera, de teclados fluctuantes, de reverberaciones extremas, de voces agresivas, y, al otro segundo, hay una invitación al desenfreno, a la euforia tropical, al baile pegajoso y sudoroso, y a saltarse los límites de cada género musical al cual se acudió para armar semejante mixtura. Este álbum pasa por momentos dignos de ferias populares, como se puede escuchar en Mami (el cuarto track), y, luego, por  el aroma de un blues extraterreste ejecutado en el corazón de Colombia llamado Portabales. Podemos escuchar Calderas Xur, una cumbia ralentizada que parece haber sido elaborada con magia alucinógena, y, a continuación, All knowledge is developed in darkness, un tranquilo ejercicio vespertino, que invita a sentarse, apartado del mundanal ruido, cerrar los ojos y dejar que el tiempo transcurra sin prisa. Ojo, no olvidemos que esta placa comienza con dos joyas que expresan la magnitud de la fusión pretendida por la banda, para que el público de inmediato se contagie de su mensaje y su gozadera: Dicen que la muerte murió y Me llaman misterios. 

Este es un buen disco lleno de sorpresas, recovecos interesantes y salidas inesperadas. Un álbum que, podemos suponer que, si tiene la promoción debida, podría ser escuchado y celebrado en cualquier parte del hemisferio y más allá. Hasta veo a los curiosos musicólogos japoneses, esos que tienen grandes cúmulos de vinilos de todo el mundo, intentando cantar, a su modo:

Huyo de mí sólo por sentir que llego a ti.
Las palabras que dijimos no son la verdad.
Soy un relámpago instantáneo
Las grandes reverencias no me inquietan
No me hacen falta distracciones
Asimismo no entendí las fuerzas del adiós que retumban en mi pecho
Ay, que tengo el corazón huyendo
Ay, que el corazón me dice

 

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