Por José Gandour @gandour Fotos archivo Casa Tomada

Todos los aficionados a la música deben tener historias parecidas en su catálogo de recuerdos. Hay discos que nos hicieron saltar, bailar como si nadie nos pudiera ver, cantar cada una de sus canciones sin importar cuan destemplados éramos vocalmente. En los noventas, cada disco que pasaba por mis manos que tuviera tendencia a ser ruidoso, pero a la vez íntimo y de construcción melódica cercana al buen pop me emocionaba de manera inconmensurable. Me fascinaba cualquier muestra de lo publicado en aquella década por The Jesus and Mary Chain, My Bloody Valentine,  Catherine Wheel, Lush, Swervedriver, y otras bandas británicas de estilos cercanos a dicha explosión sónica. Los periodistas, siempre tan creativos y a veces tan poco concretos en sus definiciones, etiquetaron este tipo de agrupaciones bajo nombres como dream pop, Indie rock, neo psicodelia, noise pop, pero el apelativo preferido era shoegaze, ya que era común entre los integrantes de ese tipo de bandas tocar mirando hacia el suelo sin tener contacto visual con su público, sólo mirando, por simple y pura timidez, sus zapatos durante gran parte de sus presentaciones.

Casi treinta años años después, con los cassettes de esa época perdidos en cualquier rincón abandonado de todas aquellas que fueron mis habitaciones en todo este tiempo, y obligado a acudir a Spotify cada vez que tengo la maldita nostalgia, agradezco la nueva oleada de bandas de bello estruendo que hay por los lados latinoamericanos, y especialmente la buena camada de propuestas que salen de territorio chileno. Recién se estrena el EP de la agrupación radicada en la ciudad sureña de Concepción Casa Tomada y la verdad es que aplica por todos lados para ser considerado un discazo digno de ser conocido y escuchado en cualquier esquina de este continente. 

Este trabajo discográfico, que contiene cinco canciones, y apenas 24 minutos de duración, no decae en ningún instante. Cautiva en su velocidad, en la fina agresividad de sus guitarras y en el cuidado trabajo de sus melodías. Este cuarteto se ha esforzado en lograr en la definición de su mezcla sonora el balance perfecto entre la carga de agresividad necesaria para ser exhibido como contundente estridencia, y la suficiente sensibilidad en la elaboración de su cadencia para que cualquiera de sus seguidores pueda taralear sus letras sin perder hilo en su exquisita melodía. Las cinco grabaciones que comprenden este compilado son espléndidas. Pizarnik, seguro homenaje a la poetisa argentina del siglo pasado, debería ser incluida en la lista de tonadas más preciosas para aprender a apreciar el buen ruido de nuestros tiempos. Buffy, el último corte del EP, es una densa joya vibrante que nos ayuda a completar la justa dosis de euforia que requerimos todos los días.  

Casa Tomada ha recuperado los buenos principios de las tendencias musicales de tres décadas atrás y las ha acomodado a la sensibilidad de la actualidad. Este cuarteto chileno  ha comprendido que el shoegaze tiene su renacer adecuado en estas épocas agitadas y ha publicado un material que merece ser bienvenido en cada uno de nuestros hogares, en tiempos de cuarentena, para recuperar las ganas de saltar contra las cuatro paredes que nos rodean, y así volver a sentir la vida como es debido.

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