Por José Gandour @zonagirante

Son sólo dos canciones. Es el adelanto de un próximo álbum, y los protagonistas advierten que es el material más punk de su historia discográfica. Esto es sonido agudo guitarrero sin acrobáticas complicaciones, melodías que acompañan perfectamente el ruido instrumental que retumba al fondo, y narraciones de historias de decepción post adolescente que, al escucharlas, nunca defraudan. Si nos ponemos técnicos y acudimos a viejas etiquetas, podríamos combinar los términos shoegaze e indie pop. Otros dirán que es rock de garaje, y algunos se aventurarán a acudir a calificativos similares, acudiendo a adjetivos como «calido» y «crudo». ¿Rompen la historia del rock en dos? No, y no es necesario. Con hacer tonadas que muchos queramos aprender y cantar para descargar la rabia y los bajones que tenemos a cualquier edad ya basta. Y este dúo lo hace bien. Ellos son Paracaidistas, son de Chile, y presentaros hace un par de semenas su EP El fin de la inocencia.

Si la historia de su nombre es cierta, eso me da más puntos al placer que me provoca esta banda: Dicen las malas (y buenas) lenguas, que todo es un homenaje a la preciosa imagen del poeta chileno Vicente Huidobro, quien escribió en el prefacio de su libro Altazor, publicado en 1931, “La vida es un viaje en paracaídas, y no lo que tú quieres creer”. Y, esperando que el dato sea certero, se nota la presencia literaria en sus letras. por que los textos que elaboran Mariela Llovet y Joaquín Saavedra van más allá de la queja o la pesadumbre primaria. No cualquiera le pone a una canción Tratado sobre la soledad y la angustia (y no, señora, no es un catálogo de gritos como los que emiten sus insoportables hijos).

Son sólo seis minutos y cinco segundos, un lapso mínimo en su día, pero igual piense que las pastillas antidepresivas son apenas gotas sólidas en sus manos, y esta, además, es una corta advertencia de lo que viene. Hay que estar atentos. Quizás se viene una placa sonora digna de recordar por un buen tiempo.