Por José Gandour  @zonagirante  Foto @sebas_cy (archivo Winona Riders)

Quizás, solo quizás, las posibilidades de salvar al rock como género y que no quede como pieza de museo que extrañen nostálgicos imperdonables es que vuelva a ser divertido, festivo, pesado, lisérgico, denso, experimental, satisfactorio. Si, todo esto. Que a punta de capas y capas y más capas de guitarras ruidosas, estridentes e inesperadas, nos haga sentir la energía envolvente que buscamos y podamos iniciar un viaje interior que nos reconforte y nos someta. Que, aunque suene a brujería o a oscuras artes mágicas, nos dé paz en medio del huracán sonoro de sus grabaciones. Parte del buen rock de toda la vida era eso, ¿no?

Se hacen llamar Winona Riders, son la nueva joya del sello independiente Indie Folks, y vienen del Conurbano oeste bonaerense, de donde han salido famosas agrupaciones como Caballeros de la Quema, Almafuerte, Divididos, Árbol y Jóvenes Pordioseros, entre otras. Apenas superan la mayoría de edad, y aun antes de presentar su primer álbum, ya corría el rumor de su potencia en tarima y de la furia de sus interpretaciones. Su presentación en Niceto Club, local porteño adecuado para mil personas, agotó entradas una semana antes. Hace pocos días, antes del estreno de su disco, Esto es lo que obtenés cuando te cansaste de lo que ya obtuviste, fueron teloneros de los legendarios The Brian Jonestown Massacre, sus héroes personales. No lo hicieron nada mal. Entre los nuevos nombres de la escena musical argentina, los Winona Riders son los más queridos y los más odiados, no hay indiferencia hacia  a ellos y eso, sabemos, es lo mejor que le puede pasar a una pandilla de pocos años de existencia. 

Esto es lo que obtenés cuando te cansaste de lo que ya obtuviste dura apenas 33 minutos, tiene seis cortes y es el mejor ruido que se puede encontrar en este momento en el Cono Sur. Esto es intensidad psicodélica pura que hay que escuchar a todo volumen. Dopamina, su tema más popular por el momento, es un trayecto interespacial de un poco más de seis minutos del cual es imposible bajar hasta el último segundo, una subida eufórica que puede reventar nuestros oídos placenteramente. Anton, quizás el momento más «tranquilo» de la producción, baja la corrosión y se llena de sonidos de sitar y nos acuerda viejas grabaciones de los Rolling Stones y de los Beatles, aunque sin perder la vehemencia de siempre. Muerte a los Winona Riders es un viaje en tren hacia la cúspide de una montaña: Al principio lento, cansino, apenas llevando peso en su interior. Luego el aroma y la atmosfera se van transformando, se van enrareciendo. El estruendo va creciendo y cuando creemos que viene la explosión final, nos suelta y nos derrumba por la ladera de la cima. Los gritos vuelven en el paso siguiente del listado, cuando empieza a sonar Dance in ecstasy, una especie de retorno a las marcas dejadas por Black Sabbath y similares, con cuerdas agudas a todo volumen y voces reverberadas alentando incansablemente a la fanaticada.

¿El rock está muerto? Al parecer no. Al parecer, aunque muestre por épocas signos vitales débiles, hay quienes se han alzado, a pesar de su corta edad, a rescatarlo de buena manera. Los Winona Riders son una gran muestra de ello.