Por José Gandour @zonagirante

Les pido perdón y lo hago por diferentes razones. La primera de ellas es que acudo mucho en mis textos a la palabra «ternura». Uso este vocablo en varias ocasiones porque creo que es la cualidad que más me gusta sentir en la música que escucho. Pero no se confundan: la ternura no es ablandamiento, más bien la relaciono con la comprensión, con la empatía, con la capacidad de calmar la fiera depresiva que todos tenemos dentro del cuerpo. No importa si el entorno resonante de una canción luzca como un torbellino incontenible, capaz de destruir las estructuras que se establezcan a su paso, si, de repente, aparece ese elemento que sacude, nos calma, nos hace sentirnos más tranquilos, esa pizca  de sentimiento de cariño entrañable. 

Otra disculpa con la audiencia: Lamento expresar tan abiertamente mi amor profundo por el shoegaze (subgénero del rock alternativo que combina guitarras distorsionadas, melodías etéreas y voces suaves). Me excuso por dejar caer epítetos que pueden pasar por exagerados cuando, ante los nuevos álbumes del género, trato de ubicarlos entre lo mejor de la temporada y, por tanto, insistirles a todos ustedes con la necesaria audición del material. Y un dato más, me fascina que, en la mayoría de los casos, el shoegaze esta hecho por gente normal, tímida, gente de a pie, que no se disfraza de nada, ya que ejecutan suficientes capas sonoras en sus interpretaciones que no necesita protegerse detras de ninguna vestimenta extraña.

Ahora si, luego de tanta retahila, a lo que vinimos: La banda argentina Fin del Mundo, la que sin tanta alharaca está recorriendo el mundo cautivando cada vez más seguidores, acaba de lanzar su nuevo disco, Hicimos crecer un bosque, e innegablemente entra de inmediato en el top de las mejores placas de 2024. ¿Por qué? Respuesta: Porque a través de la media hora que dura este compilado de 8 tonadas, se da la perfecta amalgama de estridencia intensa y corrosiva y requiebro apaciguante y  tranquilizador, que contienen álbumes clásicos como Loveless, de My Bloody Valentine, Ferment, de The Catherine Wheel, y Psychocandy, hecho por The Jesus and Mary Chain, sin perder en ningún instante la identidad propia que merece ser reconocida en este cuarteto. ¿Datos? El álbum, cuyo arte es obra de Candela Pérez (fotografía) y Francisco Picone (diseño), fue grabado en mayo de 2024 por Estanislao López en Unísono Cerati (Buenos Aires) y posteriormente mezclado por Nicolás Aimo en Estudio Albatros y masterizado por Sr. Warrior.

¿Nos llenamos de etiquetas para describir este disco? Para aquellos que les gusta complicarse con las definiciones de los periodistas y los pretenciosos melómanos, las canciones van del indie-rock al shoegaze (si, nuestro vocablo favorito de cuando en cuando), pasando por estilos como el post-rock, el dream pop, el kraut-rock e incluso el Midwest-emo. La misma Lucia Masnatta, guitarra y voz de la agrupación, lo explica mejor:

«[…] decidimos ser completamente libres a la hora de componer e incorporar nuestras distintas influencias musicales, y no quedarnos con ganas de nada […] hay canciones más cercanas al indie rock, al dream pop, al post rock o al emo […] sin miedo alguno a probar distintas ideas y combinarlas».

A pesar del ruido reinante (o, mejor dicho, gracias a él) las voces femeninas que navegan en ese maremagnum son inesperadas seducciones reverberadas de sirenas que expresan una señal de regocijo. Por otro lado, este es un deleite guitarrístico que sirve de de calmante químico ante la angustia permanente. Se vive en temas apasionantes como el segundo corte, Vivimos lejos: 

Todos buscan su lugar
Bajo la tormenta
No quiero arrastrarte más
A mi marea
Nuestros amigos lo saben
Los extrañamos
Nuestros amigos lo saben
Nos extrañamos

Una temporada en el invierno, la tonada que abre la placa, se asoma como una de grabaciones más «suaves», pero desde el primer segundo advierte el camino, e infecta en nosotros el modo en el que transcurrirá la producción, el modo en que se dispensará el estallido y la corta pero directa estética de sus letras:

Tal vez subirán
Recuerdos difíciles
Por seguirte, hoy me pierdo
Se oscurecen mis deseos.

Tal vez subirán
Recuerdos difíciles
Pero solo así, solo acá
Sé quién soy en realidad.

 

Luego suena Cuando todo termine, una especie de balada juguetona donde cada momento es un  fasdcinante experimento emocional: «Después de tanto esperar Por fin aprendimos algo Juntá tus cosas y vámonos Lejos de este ruido absurdo. Y al volver con el bosque adentro Todo se ve más fácil ahora». Otro momento mágico es la tonada final, Vendrá la calma, viaje intenso de tres minutos y cuarenta segundos, donde las voces parecen espíritus conciliadores que nacen en medio de las olas distorsionadas. En fin, este es un disco espléndido (y no es exagerado describirlo de esta manera).

Aquí les dejamos Hicimos crecer un bosque, en el formato que presenta Bandcamp, para que todos y todas, sin ninguna restricción, puedan oírlo (y quizás comprarlo). A partir de este primer acercamiento, luego pueden dirigirse a su plataforma digital favorita para seguir dándole vueltas a este álbum. No se arrepentirán. 

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