Por José Gandour @gandour

Arranquemos: Rey no es un álbum fácil de escuchar. Es un disco incómodo. Un consejo inicial: Evíte, si quiere disfrutar la experiencia escuchándolo por primera vez, verse acompañado de mucha gente. No lo estropee. La primera audición, si me permite sugerírselo, debe hacerla en soledad, con ganas de detectar cada detalle que le ofrecerá cada tonada, cada timbre instrumental que retumbe. Suba y baje el volumen cuantas veces lo requiera. Rey, la más reciente publicación de la chilena Camila Moreno, es una labor compleja, ecléctica hasta la médula, confusa para quien se despiste en el camino, y muy difícil de definir salvo con las palabras que el mismo oyente decida usar, en las que narre su propia experiencia frente a esta suma de veinte cortes y un poco más de cincuenta minutos de duración. Todo esto, al contrario de lo que algunos puedan pensar, no es un cúmulo de quejas, al contrario. En tiempos jodidos como los actuales, poco y nada le sirve a los amantes de la música que los artistas le pongan a su audiencia las cosas fáciles, ya sea por lástima, por compasión o por pereza. Estos son días donde se agradece la valentía intelectual, el corazón abierto y expuesto a ser visto con todo su desgaste al aire y proponiendo el laberinto intelectual como reto a resolver. Y Rey es una grabación que tiene todo esto y más.

Ya Camila Moreno no es la estrella post adolescente que nos sorprendió hace unos años con pinceladas de brillantez sonora. Moreno es una mujer de treinta y seis años, con un endurecido discurso político, una madre conectada con las necesidades de la sociedad que la rodea y viviendo otras formas de amor y erotismo, más libres, que, a su manera, marcan formas y texturas en sus composiciones. Rey es el disco de maneras más electrónicas de su carrera y, contando con la producción de Cristian Heyne e Iván González, lo que se escucha en casi una hora de viaje es un recorrido denso, por instantes pesado en su temblor, pero donde la permanente ternura que contienen los tonos agudos de la voz de Moreno vuelven la rudeza en seducción, la viscosidad en miel.

Este disco, perdón el abuso del símil, es una montaña rusa. Aquí pasamos de la euforia de Quememos el reino, la fiesta a punto de estallar que se siente en Es Real, luego una balada memorable como Hice a mi amor llorar, cierto retorno psicodélico a la década de los setenta con Detonación, para luego pasar una impactante e intimidante tonada llamada Hombre, cuyo texto trae el siguiente párrafo:

Desapareciste, pero creo
Que las moscas vienen a buscarte
Nunca entendí cómo pudiste
Ser tan bueno, un ladrón, impostor
Un asesino y también un farsante
Ser tan bueno, un ladrón, impostor
Un asesino y también un farsante

y cerrar el álbum, con una adormecedora pero inquietante grabación de piano y voz, llamada La luz asesina,  que remata su diatriba diciendo:

Ahora que no estas
Soy yo quien tiene miedo
Porque al final
Desaparecemos
Desaparecemos

Rey es un disco con una narración y una resonancia que demanda un esfuerzo mental y corporal a quien lo enfrente. Puede hallar al oyente demasiado sensible y hacerlo sopesar su experiencia con leves sonrisas, espacios para lagrimear y, si el contagio se completa, darle tiempo para gritar y bailar, como quien se prepara para la guerra contra los demonios personales o para asumir las maldiciones del día a día. Camila Moreno, quizás sin darse cuenta, ha construido de forma personal una biblia sonora referencial que quizás, en el futuro, a quien escuche este material, le permitirá comprender de algún modo las intensas jornadas que todos hemos vivido, las dudas en las que hemos naufragado, y ese pequeño reposo emocional que hemos encontrado en obras maestras como esta grabación.

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