Por José Gandour @zonagirante

Si un día tienes la suerte de conocer a Carla Reyna, le caes bien y te invita a salir con su combo a recorrer la noche de la ciudad, prepárate para montarte en una montaña rusa llena de emociones que no van a parar hasta el amanecer. Lo digo sin haber vivido la experiencia, sin siquiera tener nunca cerca a la artista mexicana que responde en el ambiente musical al apelativo de Niña Dioz, pero puedo imaginar, a partir de su actitud y la letra de sus canciones, que una velada de jolgorio con ella no pasa, ni mucho menos, desapercibida. Pero, aparte de especulaciones, chismes e indebidos sueños húmedos, nada puede negar que el arte de Reyna es hip hop exquisito, de agradable construcción y una invitación constante a la fiesta, y eso se puede comprobar fehacientemente en su nuevo disco, Raíces. 

Hacer música atrevida, seductora y parrandera no es para cualquiera. Y más si se quiere alcanzar niveles de alta calidad y evitar la repetición de la repetidera, como se ve en demasiadas ocasiones en los listados de la Billboard latina. Aquí, en esta placa, hay hip hop en evolución constante, tragando desaforadamente de diversas texturas folclóricas para calentar aún más el ambiente. Con Raíces sucede, a partir de esta fusión, algo llamativo: Sabiendo que lo expuesto aquí es música hecha en y para estos tiempos del siglo 21, se recupera de manera efectiva el sentido de rumba de mediados del siglo pasado, ya que sabe heredar el espíritu de las celebraciones de las orquestas cubanas y mexicanas de aquellas épocas. Eso sí, Reyna secuestra y saca el sabroso fantasma de los salones de gente estirada de aquel entonces y lo trae a la calle, lo llena de colores, y lo libera con textos divertidos sobre el sexo, la identidad y el necesario desenfreno que enfrenta el miedo y los prejuicios de estos días. 

Quince minutos, un poco menos. es lo que dura este guateque. El mejor flow del día, junto con nombres destacados como La Dame Blanche, Serko Fú y Adán Cruz.  Y en medio de este cortísimo e intenso festejo, se cuela un oasis de calma. Es un momento que podemos recrear mentalmente como el instante en que bailamos, como se hacía antiguamente, cuerpo contra cuerpo, soñando con el beso suave y las palabras de deseo cercanas al oído. Todo esto, mientras navegamos en la imaginación y suena Espina clavada, un «bolero» (?), hecho en compañia de Angélica María, que da fe y completa la idea  de lo que Reyna llama «raíces».  ese legado invaluable recibido de otras generaciones precedentes. Aquí es donde las estrellas crecientes  (como Niña Dioz) se paran sobre los hombros de gigantes para sustentar su discurso y para poner a sacudir el esqueleto a todos lo que escuchen lo que dice. 

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