Por José Gandour @gandour

Suena por cuarta, quinta o sexta vez Piel Fina, de la cantante uruguaya Romina Peluffo en mi equipo. En cada ocasión voy descubriendo un rasgo más que va completando el rompecabezas que se estableció en la primera ocasión que lo puse. Es el segundo álbum de una artista que decidió lanzarse en 2018 al ruedo (discográficamente hablando) teniendo cuarenta años, y es como si después de todo el tiempo anterior, esta mujer decidiera sacar todo lo que tenía guardado durante su vida y exponerlo, estableciendo como respaldo la madurez acumulada y el deseo aún existente de vociferarle al mundo lo que se merece. Es un disco rockero que, con todo lo que eso significa, se saca de encima las cargas adolescentes que pesan sobre otras grabaciones del género y que va directo al cuello del espectador para sacudirlo, para agitarlo en su letargo, para decirle que, sin importar la edad, es hora de volver a estremecerse sin avergonzarse, no hay vida para perder.

Piel Fina es un álbum variado, que, con nostalgia western, comienza con Como los caballos, un tema donde Peluffo marca poética y sensualmente cada paso de sus versos, que parecen cantados contra el viento, con una suavidad inquisidora que va desmoronando toda la prevención que pueda tener el oyente ante una nueva voz, dejándose arropar por los detalles encantadores de la pronunciación rioplatense de la letra Y, y oyendo con claridad cada frase que pronuncia como una lección que llega en el segundo preciso, no importando el momento en que la tonada se reproduzca. Pero si el espectador creyó que todo iba a ser un viaje calmado, llega No se va y obliga a todos al repentino movimiento, ¡todos a gritar!. Aquí la rabia anhela  bailar en nuestras gargantas. Y luego Nada, una pausa melódica donde, sin ninguna anestesia, la cantante nos advierte que «nada va a cambiar porque no quieras cambiar, nada va a cambiar porque no sepas rezar», acordándonos pedazos de composiciones de Christina Rosenvinge y otros referentes del pop rock femenino ibérico de las últimas décadas. Y de repente,  Peluffo cambia la velocidad, la guitarra eléctrica entra afilada, la artista endurece sus cuerdas vocales, y el tono se oscurece cuando en inglés canta Didn´t see it Coming. Todo va de ahí en adelante como una ecléctica pero nunca incoherente montaña rusa, donde, no importando las escaladas y las llanuras que atravesamos durante la audición, la ruta está bien establecida, siempre exigiéndole a la audiencia que no se distraiga, que no desvíe su atención. 

Y llegamos al último corte, al décimo de toda la producción. Canción de otoño, una canción de un poco más de cinco minutos, que parece el compendio de todo el trayecto, el resumen de todo lo vivido, donde la exasperación y la ternura se juntan y se aplacan en su amor contradictorio, donde la cantante parece agradecernos por haber podido contarnos su historia, servirnos de inspiración y acompañarnos, agarrándonos de la mano, para soltarnos y decirnos al final, «todo va a estar bien». Es ahí irremediablemente, cuando nos invade la bella codicia y queremos volver a escuchar todo de nuevo. Eso, amigos, es una gran sensación que pocos discos nos producen en estos tiempos.


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