En tiempos en los cuales muchos de los milleniars no saben lo que es un álbum de verdad, se celebran veinte años de la salida de un disco impresionante que vale la pena escuchar miles de veces antes de perder la capacidad de oir, de celebrar la vida, antes de morir. En 1999 salió Bocanada, el disco que confirmaba el trayecto solista de Gustavo Cerati, un producto redondo que demostraba que la madurez de una estrella ya confirmada no tenía necesidad de sostener los lazos anteriores y que su vuelo individual tenía todas las herramientas para crecer.

En lo personal, cuando salió Bocanada, lo primero que me llamó la atención fue la elegancia de su portada. Mientras lo que había visto a lo largo de la carrera de Soda Stereo era un desarrollo demasiado ecléctico de la imagen, aquí se notaba la presencia de un hombre que tenía claro en dónde estaba parado. No estoy diciendo que lo anterior como grupo en Soda Stereo no tuviera una precisión en el concepto, pero había demasiadas marcas y procedencias externas y lograr consolidar lo que quería el trío no terminaba de convencer. Bocanada, en cuestión gráfica, es una afirmación de un tiempo, de una personalidad, de un poderoso riesgo que pretendía pasar la página de un pesado pasado e individualizar la magia con la confianza requerida. Es, y no lo tomen a mal los aficionados (al contrario),  consolidar a Gustavo Cerati como un ícono visual, cerrar el círculo de confianza de una nueva etapa. El trabajo fotográfico de Gaby Herbstein se vuelve obligatoria referencia, tanto para los productos de referencia musical en el continente, como para cualquier estilo de diseño de las revistas que se publicaban en ese entonces.

Pero, a ver, hablamos de música. Hemos visto un montón de discos con portadas geniales y música de mierda. Obviamente, este es el caso contrario. Ya al entrar escuchando los primeros momentos en la batería de Martín Carrizo, ex Animal, abriendo Tabú, comienza la fantasía. Un bello momento medio jazzístico/folclórico/rockero que denota que el riesgo va en serio. En la cabeza de Cerati, y se nota a lo largo de los sesenta y nueve minutos de duración del álbum, existe la premisa que todo lo que se quiere hacer se hace, mientras salve el espíritu de reinvención y de reenamoramiento del público por las bellas canciones. Es un disco guitarrero, pero a su vez es una producción llena de texturas electrónicas que se expanden y se comprimen según la sensación de cada segundo. Es un álbum con momentos de contenido clásico, pero a su vez hay vanguardia, donde no hay nada predecible ni hay pactos con lo convencional ni con la discreción. Hay un compromiso con la construcción de melodías hechas para quedar en la cabeza sin volverse chicles insoportables. Más bien, todo se trata de darle ritmo a la poesía con frases que, algunos dirán que son hechas por un genial publicista, pero que más bien reflejan la inteligencia y sensibilidad de un gran artista que, quizás, y aquí especulamos demasiado, se sintió más libre que nunca en su nueva etapa.

Lo que me terminó de atar a la emoción de Bocanada, fue ver el video de Puente. Una especie de relato basado en un Cerati conductor, que transita por la ciudad en una especie de vehículo futurísta que sirve como taxi, en el cual se transportan unos cuantos personajes, entre ellos  músicos que colaboraron en el disco, como Flavio Etcheto y Leo García.  Aquí se da la confirmación óptica de la gracia, del garbo, del hombre que sabe que lo suyo es un paquete completo donde se combinan sonido e imagen de manera sólida y distinguida. Todo, se nota, se trataba de darle un respetable y memorable movimiento visual a palabras como:

«Arriba el sol, abajo el reflejo
Ve cómo estalla mi alma
Ya estás aquí
Y el paso que dimos
Es causa y es efecto
Cruza el amor
Yo cruzaré los dedos
Y gracias por venir
Gracias por venir
Adorable puente
Se ha creado entre los dos».

Ví el show de presentación de Bocanada en Bogotá en el Palacio de los Deportes. No lo recuerdo totalmente lleno. Creo que algunos pensaron que la decisión de Cerati de ser solista le dolió a mas de un radical fan de Soda Stereo. No saben de lo que se perdieron. Pocos conciertos han producido tal exaltación entre el público capitalino colombiano. Quizás esa fue la mejor presentación que le vi al artista en su paso como solista por la ciudad. No digo que lo que vino cayó en calidad, pero la verdad, si lo comparo con lo que observé luego, hubo más estallidos emocionales esa noche.

Volvemos a lo que dije al comienzo y repito: Ya las nuevas generaciones no entienden mucho cómo se hacen discos de larga duración con una idea que amarre todo el concepto. Ahora es la suma de muchos singles que pueden no tener mayor relación entre ellos. Sonará a nostalgia inadecuada, pero escuchar, entre otros, Bocanada, hace que extrañemos la aventura de las obras que iban más allá de los tres minutos radiales. Pasar un poco más de una hora escuchando a Cerati contándonos una historia propia vale más que mil sencillos que han reventado en los charts internacionales. Eso se lo perdieron desgraciadamente, jóvenes del momento.

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