Por José Gandour @zonagirante
Arte portada Zonagirante Estudio
Era un disco esperado, pero no sólo por lo que podía hacer el genio, por lo que siempre ha generado. No. Existía el morbo de qué podía hacer Charly García con «avanzada» edad y sus constantes falencias de salud. Claro, aparecer en silla de ruedas y tembloroso impacta a cualquiera. Él ya no es el mismo de Sui generis, Seru Girán, La máquina de hacer pájaros. Es evidente que no tenemos al mismo Charly de Clics Modernos, ni siquiera al que escuchamos en 2017 haciendo Random. Si, es evidente que tiene una voz cansada, que está a punto de cumplir los 73 años y que su rostro no tiene la lozanía de tiempos pasados. Pero, después de todas estas quejas, la pregunta es: ¿Y?. En serio, ¿ya lo tenemos que olvidar, negarle la posibilidad de sacar canciones que aún nos pueden enamorar? ¿Acaso García, el mismo que sobrevivió a un salto desde un noveno piso de un hotel, tiene que ya abandonarnos, esconderse en el olvido, o, peor, fallecer, después de un desvanecimiento discreto en un asilo o algo parecido? Para contradecir a todos aquellos que imaginaron un escape tan triste, Charly ha sacado un álbum inspirador llamado La lógica del escorpión.
Para aquellos mercantilistas sin corazón que venden la idea de que la vida util de un artista no supera los cuarenta años, o que siempre hay que morir dejando un bello cádaver, sin muestras de arrugas, se estrena un disco que exhibe sin restricción la sabiduria de un veterano, que no teme mostrar sus alegrías y sus miedos, que recupera en sus melodías a Lennon, a los maestros del blues, al mismo Bowie e, increíblemente, a si mismo, como lo podemos notar en su noveno corte, Estrellas al caer, que parece la segunda parte de su clásico Chipi Chipi, de su placa La hija de la lagrima. García no pierde su humor, exclamando que «el odio te hace muy mal» (asi lo afirma en Juan Represión), y se da el lujo de recuperar desde el más allá (o, mejor dicho, desde los archivos de los tesoros escondidos de la grabación) a Luis Alberto Spinetta, para cantar junto a él preciosas frases como «Ave de Indochina perdida en la niebla de altamar», ésta incluída en su conmovedora balada La pelícana y el androide. También, yendo al extremo del sarcasmo, se burla de los aspirantes a la fama instantánea, cantándoles en la última tonada del disco, Rock and roll star, al lado, nada más ni nada menos que de Fito Paez, textos que dicen «Vendé el alma a la corporación, vestite bien, robame una canción». Todo esto va para tí, imberbe adolescente que se burla tontamente de los que visten canas, que cree que el mundo se inventó para ti y que los viejos son desechos que estorban. MIentras no le llegues a los pies al maestro, siéntate y quedate callado, mientras le subes el volumen al estéreo y aprendes alguito, muchachito.
La lógica del escorpión es Charly por encima del bien y del mal. Él no le debe nada a nadie, y sin embargo publica un álbum donde, con la libertad absoluta de quién desde hace rato es una leyenda, sacude el polvo de su experiencia, y con la tranquilidad de no tener que reinventar el rock and roll, como ya lo hizo en otros tiempos, lanza una fehaciente muestra de su nada escasa exquisitez musical. Y si vienen a preguntar, con falsa altivez y soberbia indebida si este es el mejor disco de Charly, la mejor respuesta podría ser otra pregunta: ¿Acaso eso importa? Simplemente, chico irreverente, cierra la boca y oye sin chistar un poco más de media hora de buena música. Con eso basta.