jackdoormanPor José Gandour @gandour

Tiene a flor de piel la agresividad del que confía en su trabajo, en su estética y en sus ideas, a pesar de ser una especie de enfant terrible de la escena musical uruguaya. Lo suyo está relacionado con los elementos más eléctronicos del rock y su meta es conseguir la emoción salvaje de su público en las pistas de baile. Se llama Jack Doorman, vive en Montevideo, y la búsqueda del reconocimiento lo ha hecho posar con cerdos, lucir en plena altamar como playboy rebelde, o recordarnos en algún clip aquel televisivo personaje motociclero de los ochentas, El Renegado.

Doorman se divierte con sus acrobacias audiovisuales y parece no importarle la tradicional prudencia uruguaya. Escandalizar y molestar hace parte de su arte y gústenos o no, parece que funciona. Su última aventura es su clip Good and Evil, una pieza que parece más diseñada para las pantallas de una discoteca que para los acostumbrados espacios de exhibición de este tipo de trabajos. Sin buscar una directa coherencia entre los elementos usados, vemos transitar ante nuestros ojos pastillas de dudoso origen, explosión de televisores, animaciones que representan viejas figuras sonoras ya poco recordadas, pasos de modelos que bambolean su cuerpo con el exacto morbo y hasta muestras de viejos spots publicitarios que son reconocidos en los créditos con total ironía para desagrado de los quejumbrosos. Es un bombardeo de imágenes en movimiento cuyo único propósito es marcar el ritmo de la canción con la disciplina con la que trabajaría un vj en cualquier reconocido rave del momento. No esperen una historia inspiradora como las que cuentan las reconocidas figuras del pop internacional. Aquí la poesía es diferente, es la poesia de control del caos en medio del desenfreno del bacanal.

Doorman, provocador, vuelve al ataque. Algunos le recomendarán no prestar atención a este insano producto. Otros lo invitarán a disfrutar el delirio. Usted decide.

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