Por José Gandour @zonagirante

Desde el primero de enero tenemos en Bogotá un nuevo burgomaestre a cargo de la ciudad. Uno del cual, hay que decirlo con seriedad y la tranquilidad del resignado, no se puede esperar mucho, y menos en materia de cultura. Es igual, ha pasado lo mismo con sus antecesores. Siempre ha sido un tema menor en sus campañas y en sus funciones. Y el problema está en que, como lo hemos dicho en las ocasiones anteriores, nunca han pensado (de verdad, pensado, tomarse el tiempo para hacerlo) en la cultura como factor pacificador, creador de empleos y generador de recursos económicos y bienestar entre los participantes directos e indirectos de dicha industria. Es más, nunca han pensado en la cultura como una industria como tal. Para los gobernantes capitalinos, los hechos artísticos son simples elementos de entretenimiento y adición de vanal belleza, circos más o menos sofisticados que de vez en cuando significan gastos para distraer y «darle una alegría» al pueblo. Esta es una ciudad cuyos estamentos públicos gastan una buena cantidad de dinero en festivales, mantenimiento de escenarios, montaje de obras, publicación de textos, pero no saben por qué y para qué lo hacen y no entienden la necesidad de ir más allá. Lo digo, por qué a pesar de ver una agenda que puede lucir agitada en cuestión de espectáculos en el perímetro de Bogotá, nada va más allá del resultado inmediato de la actividad. Se hace y se olvida al día siguiente.

Esta es una ciudad llena de talento latente, especialmente por el lado musical. Pero es una ciudad donde ser músico es ser el último eslabón de la cadena alimenticia del negocio. Además es una urbe de casi ocho millones de habitantes (a veces parece de más) con muy pocos sitios disponibles para ser sedes de presentaciones y conciertos. Hay extensas zonas de la capital donde hace mucho tiempo no hay una programación musical adecuada para sus habitantes. Prospera mucho la improvisación en espacios poco convencionales, donde, además llega alguna autoridad policiaca a cerrar todo por que sí. Por otro lado, la actividad musical nocturna se ejecuta mayoritariamente en bares, sitios restringidos para menores, donde lo más importante es vender alcohol (bueno, ese es el negocio, nadie juzga) y donde las condiciones, en gran parte de los casos, no son las ideales para los artistas. En fin, los músicos parecen ser simples proveedores del ruidito de fondo mientras los demás se divierten. 

Otro problema: Son muy pocos los empresarios que se las juegan en serio por los músicos locales. Y los entiendo. Las condiciones no están dadas para invertir en una agrupación desconocida que no recibe la atención de los medios o del vox populi. Hemos sido (si, me incluyo, por experiencias pasadas) los que hemos invertido nuestro dinero y nuestro tiempo para que un proyecto musical prospere y dé frutos en un futuro inexacto. Nadie quiere victimizarse aquí, simplemente es una cuestión de explicar que, tal como están las cosas, es una utopía, en un altísimo porcentaje de posibilidades, pensar que el negocio es rentable sin hacer trampas, sin eludir impuestos, sin favores especiales, o cualquier otra cosa parecida. Son los mismos artistas los que deben crear las condiciones para ser creíbles y populares, antes de atraer las necesarias inversiones para llegar a los lugares de las grandes estrellas. 

Perdón lo molesto señor futuro alcalde, pero tengo una idea. No es una idea novedosa ni tampoco original. Es más, déjeme le cuento una pequeña historia antes: Hace veinte años la directora del Teatro Jorge Eliécer Gaitán, el más importante escenario de la ciudad, era Sylvia Ospina, una mujer que siempre estuvo del lado de la escena independiente de la ciudad. Ella entedió que el escenario que administraba estaba siendo subutilizado y que había muchas fechas libres en su calendario. Igual, con dicha actividad, su planta de empleados, teniendo o no eventos programados, seguiría cobrando lo mismo. Contaba, por supuesto, con las luces y el sonido de propiedad de la institución y un presupuesto destinado desde el comienzo de su gestión para publicitar los certámenes que se realizaran en su tarima. Además, ella siempre pensó que el teatro debía acercarse a la juventud y asi abrir las puertas a un espectro más amplio de la población. Por ello, convocó a varias de las bandas más populares del mundillo rockero de Bogotá y les propuso reservar fechas en el Gaitán, exponiendoles un negocio de porcentajes de boletería, destinando, además, por su parte, un buen dinero para carteles callejeros y poniendo a disposición de las agrupaciones todos los equipos y el personal del teatro. Estaba todo ahí y si faltaba algo, la banda, como socia y empresaria del espectáculo, lo asumía. Pero las condiciones estaban ahí. Por la generosidad e inteligencia de Sylvia, muchos conjuntos tuvieron sus mejores momentos profesionales en esos días, llenando la capacidad del lugar en la mayoría de los casos, y sin arriesgar la economía de la institución. 

Señor Alcalde: Muchos de los habitantes de esta ciudad, incluso muchos votantes suyos, presumen de una u otra manera, de vivir en una ciudad rodeada de música. Mientras usted y su equipo comprendan el potencial que hay en Bogotá de generar industria (si, industria, no temamos usar esa palabra) en el sector cultural, y en particular en el sector musical, para que cientos  y miles puedan tener de modo estable y decente de vida su actividad artística, y que la ciudad, en el conjunto de sus capacidades institucionales, estructurales y económicas, pueda invertir en el desarrollo de dichas intenciones, Bogotá logrará consagrarse, ahí si, como una de las verdaderas capitales de la música a nivel global, generando creatividad, empleo y paz a su alrededor. Comience, señor Alcalde, abriendo sus escenarios a la comunidad musical como lo hizo Sylvia Ospina en su momento con el Jorge Eliécer Gaitán. Hay muchos auditorios, salones comunales y teatros que, al llenar sus agendas, serán espacios más provechosos para la comunidad. Luego, si quiere, abra una emisora propia de la ciudad para promocionar el talento local y así, más adelante, se puede ver qué más hacemos con usted todos los involucrados en este propósito. Pero es hora de darse cuenta que la cultura sirve para limpiar las telarañas del retraso de igualdad y estabilidad social, para la búsqueda de la felicidad de quienes nos rodean y, especialmente para que muchos que los que hacen maravillas artísticas ocupen el lugar que quieren y merecen. No perdamos nuevamente esa oportunidad. 

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