Por José Gandour @gandour

Imagen de Mi amigo Kruger

Son las 7:30 a.m. Si, justo el día de la Tierra, año 2022. He revisado, con los pocos datos que quedan en mi celular, qué novedades traen las redes sociales, a ver si alguien sabe qué está ocurriendo realmente. Lo único que he visto es un montón de fotos de cada uno de mis amigos alrededor del mundo dando fe de cómo desde sus ventanas se ve, sin que se cruce un ápice de aire contaminado, el cielo despejado y un paisaje inusitado donde cada uno puede contemplar a cientos de kilómetros las montañas, las nieves eternas y los bosques que en una jornada normal se perdían en medio de la contaminación. Más de uno ha proclamado, de manera estúpida e innecesaria, que esta es la muestra que la verdadera plaga es el ser humano, como si ellos fueran androides o alienígenas que por error cayeron por estos lares. Nunca hubiera imaginado estar cerca del fin del mundo y que todo se observara así de bello y claro desde mi balcón. 

Ya es normal ver desde hace varios meses pasar por la calle camellos, conejos pardos, zorros, osos hormigueros, pumas y llamas, y sentir el canto de todo tipo de aves en los árboles, que, seguramente, se burlan de nuestro encierro y de los rostros desaliñados que lucimos cuando las buscamos en las ramas. Ya la gente no aplaude a las 8 p.m. a los del servicio sanitario, porque ha sido tal el desprecio que algunos vecinos han ejercido sobre los profesionales de la salud en su barrio que los han puesto directamente a vivir en los hospitales, al lado de los enfermos. Ya nadie ni siquiera protesta, porque casi todos creen que con solo mirar a algunos de los vecinos más sospechosos, puede haber contagio.  

No he salido de mi casa en 54 quincenas salvo dos veces, y fue a pocas cuadras, cubierto de todo tipo de ropaje sanitario y con todos mis documentos, incluyendo mi partida de nacimiento, las tarjetas de crédito, la licencia de conducción que nunca usé, las recomendaciones de altos funcionarios, las recetas médicas para aliviar todas mis penas y dolencias, la bandera de mi país en diversos formatos y un permiso de cualquier cantidad de doctores, vigentes o difuntos, que dicen que estoy capacitado para no caer muerto en la calle ni contaminar a mis semejantes. Alguna vez, manteniendo la distancia social obligatoria en una fila para entrar al supermercado, tuve la incorrecta idea de desconectar los audífonos de mi celular y dejar que los que me rodeaban escucharan algunas de las grabaciones de New Order que venía oyendo y las chicas de la fila se pusieron a bailar. La policía vino a reprimir dicho acto de rebeldía. Yo apagué mi teléfono y salí corriendo, llevado por el diablo y por el arrepentimiento, y sin poder comprar las verduras que necesitaba. No volví a salir desde entonces. El chico de Rappi que me atiende frecuentemente me lo había advertido: Mientras nada se solucione, la esperanza está prohibida frente a las fuerzas del orden. 

El presidente  sigue echando chistes cada vez que aparece en televisión. En lugar de hablar de la pandemia, prefiere comentar minucias personales del torneo de FIFA 2022 en el que ha participado y en el que ha jugado en línea contra destacados actores y uno que otro futbolista excedido de peso que todavía cuenta con el amor de sus aficionados. A veces se pone a cantar de forma desafinada temas de lo que él llama «clásicos del rock en español» o invoca el recuerdo de las vírgenes a las que oraba en su infancia, esperando que el cielo no se rompa y caiga sobre nosotros. En algún discurso afirmó que su papel principal frente al pueblo era el de servir de animador de nuestros días, y que lo suyo era hacernos sonreír sin importar a qué precio ni cómo. Algunos aseguran que el gobernante hace tiempo que no está presente y que lo que vemos en pantalla son sus hologramas pregrabados dirigiéndose a la nación. 

Ya no veo en los foros de mis amigos nadie diciendo que vamos a salir mejor de esta crisis. Tampoco compartimos fotos reales nuestras porque ya nos vemos demasiado demacrados frente al espejo. Para animar a la población, han inventado aplicaciones en las que las instantáneas nos muestran cómo éramos hace un par de años y nos tratan de convencer que nada ni nadie ha decaído. Parece, no tengo cómo confirmarlo, que muchas de las celebridades más seguidas han fallecido o han preferido ocultarse en sus mansiones, y cada vez que se viraliza una imagen en ropa íntima de Rihanna o de Ryan Gosling, algunos hablan de la exagerada magia de Photoshop, una aplicación que, según los más avezados, la controla la CIA y otros servicios secretos. 

En fin, a mi sólo me queda escribir y no sé si hay alguien que me lea todavía. Escribo mientras escucho música. Por suerte me quedan mis grabaciones piratas de Loquillo y los Trogloditas, Massive Attack y Aviador Dro y sus obreros especializados. De vez en cuando vuelvo a mis cintas de rock nacional, y suena, a bajo volumen, en mi estéreo, uno que otro tema de bandas desaparecidas como Revólver Plateado, Superlitio y Pornomotora, entre otros. Cada noche, después de llorar un poco, termino conciliando el sueño luego de escuchar por enésima vez a Hora Local y su canción Londres, más cuando, en medio de sus gritos de antaño, rematan exclamando que:

«y en medio de un edificio se oye un grupo tocando rock and roll.
ya volveremos otra vez en unos 2 millones de años,
a repetir la misma historia, a volver a inventar el rock». 

Después de apagar el stéreo, me voy a mi cama esperando que todo haya sido un sueño. Ojalá despierte pronto.