By the Zonagirante.com team @spinning zone
Cover art by Zonagirante Studio
Diciembre llega con su ruido propio: luces, cierres, despedidas y, por supuesto, los bailes de fin de año. Y con ellos, inevitablemente, aparecen tres tipos de personas. Primero, los que esperan que el año termine cuanto antes. Para ellos, el 31 de diciembre no es una fiesta sino un acto de liberación. Entrar al salón de baile es como cruzar una línea imaginaria: dejar atrás lo que pesó, soltar las penas, sacudirse los errores y salir ligero hacia el primero de enero. No importa si la canción que suena es reguetón, salsa o electrónica: lo único que importa es mover los pies y sentir que algo se desbloquea en el cuerpo.
Luego están los que todavía piensan que 2025 fue un buen año. No necesariamente perfecto, pero sí con momentos que quisieran retener. Para ellos, la última campanada es un recordatorio: lo que se va quizá arrastre suerte, amor o algún triunfo que no quieren perder. Bailan con cierta cautela, con un ojo en el reloj y otro en la memoria, intentando exprimir hasta el último segundo antes de que el calendario cambie y todo se diluya.
Y, por último, están los que ni se enteran de que el año termina. Siguen campantes, entre la pista de baile y la barra de tragos, como si diciembre fuera cualquier otro mes. Para ellos, la música es suficiente, el momento presente manda, y las campanadas son apenas un detalle decorativo más.
A todos ellos los une algo: el baile. La música se convierte en puente entre lo que dejamos atrás y lo que está por venir, en lenguaje universal que no pregunta género ni edad. Y cuando las 12 campanadas suenen, todos estarán allí, moviéndose, riendo y entregándose al ritmo, recordando que terminar un año puede ser tan ridículo, catártico y maravilloso como una buena canción que no quieres que acabe nunca.
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