Por José Gandour @zonagirante

Según Wikipedia, el kitsch «es un estilo artístico considerado «cursi», «adocenado», «siútico», «hortera» o «trillado» y, en definitiva, vulgar, aunque pretencioso y por tanto no sencillo ni clásico ni naíf, sino de mal gusto y regresivo o infantiloide». Según su propia biografía, The Kitsch es una agrupación que se formó en 2012 en Bogotá, Colombia, con la intención de revivir el sonido de garaje que caracterizó la década de 1960 en el país, de la mano de bandas como Los Yetis, Los Ampex, Los Flippers, Los parlantes y otros. Ahora las preguntas no sobran: ¿The kitsch es una banda cursi? ¿Es hortera (grasa, loba, o el término que usen en su país correspondiente)? ¿Su sonido es trillado? ¿Infantiloide?. A esos cuestionamientos, la respuesta inmediata es un gran NO.

Este trío usa, para definir el tipo de música que hacen en términos complejos. Dicen ser Fuzz, Psych, Noise, Kraut. Esos son etiquetas para los entendidos, para discusiones intelectuales en las tiendas discográficas más especializadas, que a la mayoría de nosotros no nos termina de explicar qué intentan (y logran) hacer con sus voces e instrumentos. Quizás hay que ir a un imaginario manual de The Kitsch para dummies, y al mismo tiempo escuchar su nueva placa llamada Los Kitsch de Colombia presentan: 3/​3, su tercera trilogía de canciones, que, estamos seguros, asustará a más de un especimen de los que habitualmente dice que le gusta toda la música existente y apenas escucha unos segundos de esta publicación sale huyendo tapándose los oídos con desesperación.

Pongámosla fácil, a riesgo de recibir regaños de los aficionados más avezados: The Kitsch es rock and roll felizmente ruidoso. Tiene su dosis de psicodelia, su inspiración proveniente de los viejos garajes, y sus gritos podrían repetirse en el punk más sucio y en el metal más trash. Y, por encima de todo, hay canciones. Si, canciones. Composiciones redondas que en dos, tres, cuatro minutos, completan la idea y logran hacernos sacudir las cabezas, celebrar los aullidos e intentar romper nuestros esqueletos contra la pared. En once minutos y tres segundos, a punta de distorsión, ritmo acelerado y aullidos a primera oída incomprensibles, pueden despertar el espíritu anarquista de cualquiera, y, luego, a la hora del descanso, podemos exclamar que era una experiencia necesaria para comprender (o así desearlo sin lograrlo) el caos que nos rodea. Este es, sin lugar a dudas, ruido memorable que, sin duda, les recomendamos experimentar de inmediato. 

 

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