Por José Gandour @zonagirante

Para comenzar, parafraseo una frase conocida de Bart Simpson: Son más divertidas las bandas aliadas con Satanás que las que cantan a las benignas deidades.

Desde los tiempos de Elvis, buena parte de los asustados religiosos refugiados en las iglesias y templos del mundo repiten de manera sincronizada una inútil advertencia que exclama que «El rock es la música del maligno. Tenga cuidado con el ritmo hipnótico vudú, que provoca una danza imprudente por el camino del diablo hacia el pecado y la autodestrucción, llevando a los jóvenes a la condenación eterna en las ardientes profundidades del infierno». Desde entonces, los muchachos atrapados en este tipo de enseñanzas se estan perdiendo, por capricho de padres desorientados y pastores reprimidos (y represores), del verdadero placer de la música. A punta de Juanes, Ricardo Montaner y el maldito Arjona el mundo se hace cada vez más deprimente y lo que necesitamos es euforia y felicidad a nuestro alrededor.

Ahora hablando en serio, es increíble que la banda argentina Winona Riders haya lanzado dos discos en un mismo año, y en todas sus canciones han confirmado que son dignos hacedores de un sonido poderoso e inspirador. Entre tanto producto decadente y aburrido, llega esta agrupación del oeste bonaerense que, a punta de intensos guitarrazos, alucinantes texturas atmosféricas y letras desorbitadas, ponen en evidencia que el rock todavía tiene salvación (no hablo de referencias celestiales, no se confundan), todavía hay resquicios que dan fe de la supervivencia del género musical. Aún existe aliento para emocionar a los jóvenes descarriados que merecen el mejor viaje posible mientras permanezcan en el planeta. Por ello, suponemos, Winona Riders presenta su nuevo álbum, El sonido del extasis.

Gran parte de este disco está armado con tonadas largas, psicotrópicas, densas y, finalmente, fabulosas. Aquí no espere éxitos inmediatos de la radio, palabras simplonas formando mantras decepcionantes. Aquí esté expectante de textos desafiantes, letras para hacer palidecer a los inocentes. Esto es psicodelia, space rock, shoegaze, stoner, garage, llamémosle como quieran. La etiqueta no debilita la experiencia.

Sería fácil, para entender lo que estamos vociferando, recomendarle al lector que tome su auto y recorra las carreteras de su geografía en las horas de la noche, esperando que todo esté despejado, para poner a todo volumen, por ejemplo, A.P.T. (American Pro Trucker), y pisar el acelerador, gritando, con las ventanas abiertas, «yo vivo a la americana y no pido perdón», sintiéndose en un camión de 18 ruedas, dispuesto a derribar cualquier muro que se cruce. Pero, sabiendo que la gran mayoría de ustedes está en su casa, en el transporte público o compartiendo con los suyos cualquier elixir que los eleve, me limito a aconsejarles que cierren los ojos, se olviden del lugar en el que permanecen y se dejen llevar de cada ruido sagrado que emita esta grabación y celebrar estar vivos para poder disfrutar esta obra impecable.

Si me permiten, señalo mis tres momentos cumbres de este compilado: Bailando al compás de las armas enemigas («Capitan, ya no quedan armas en la nave/ solo hay tiempo para un último baile»), tejido con cuerdas envolventes, sosteniendo riffs arabescos y cencerros incesantes: También está Asi que te gusta hacerte el Lou Reed, una pegajoza composición rolinga, de las más cortas del disco.  Para sellar, oigan una tonada de siete minutos y quince segundos llamada Dorado y Púrpura, una misa de los bajos mundos, un himno para hacer retumbar nuestro altar resonante. Una pieza que contiene un rezo con las siguientes palabras:

Me bañé en un mar lleno de LSD y empecé a balbucear
Satanás en el cielo apareció y empezó a negociar:
«No quiero tu alma, no me queda tan bien,
Es un poco anticuada»

Satanás me pintó y me hizo bailar en unas medias de red
Y llamó a sus amigos para que todos me vengan a ver
Y estoy en el piso ya sin el pantalón
Mirando a Jesucristo

Jesucristo no paraba de reír sentado en el sillón
La nariz le picaba y me miraba mal si no bailaba mejor
Y en una bandeja, un poco de éxtasis

Me paré, me acerqué
Agarré la bandeja y empecé a picar
La pastilla era un pentagrama dorado con púrpura

Agarré un billete y tan veloz como pude
Me puse a esnifar
Todo el mundo pensando qué pasará
Con Satanás cuando vuelva
Y en menos de un segundo
Empecé a balbucear

A los Winona Riders hay que esparcirlos, repartirlos como semillas clamorosas que combaten contra la mojigatería y la represión. En tiempos terribles, lo más sensato es buscar la rebelde alegría, fuera de los límites de lo convencional y lo obvio. Estos post adolescentes son el rock que necesitamos. Por eso nos atamos a que lo afirma este amigo, que clavó esta verdad en Twitter: