Por José Gandour @zonagirante

La plataforma digital Netflix lanzó hace un par de semanas una serie dramática (con exquisitos momentos de humor negro y costumbrista) que narra lo sucedido con el avión Lockheed L-188 Electra de la Sociedad Aeronáutica de Medellín (conocida como SAM) el 30 de mayo de 1973. La nave fue tomada mientras cubría la ruta del Aeropuerto Alfonso Bonilla Aragón de Cali hacia el Aeropuerto Enrique Olaya Herrera en Medellín, con una parada en el Aeropuerto Internacional Matecaña en Pereira. A partir de ahí, en la historia real, pasaron más de 60 horas y la aeronave recorrió más de 22.000 km de distancia, haciendo múltiples paradas en el camino, y aterrizando finalmente en el aeropuerto de Ezeiza en Buenos Aires. Lo único que diremos de la producción audiovisual, protagonizada por Mónica Lopera, Cristian Tappan, Ángela Cano y Enrique Carriazo (entre otros), es que es una de las mejores realizaciones que hemos visto en los últimos tiempos en Colombia, pero la reseña como tal se la dejaremos a los expertos, recomendando estar atento a lo que diga nuestro amigo Manuel Estevez, director de la Revista Sono, quién seguramente hará un buen artículo al respecto. Nuestra historia va, como es lógico, más por el lado de la música.

Desde el primer momento, la banda sonora de Secuestro del vuelo 601, da prueba fehaciente de la excelente curaduría de Nicolás Beltrán y Santiago Uribe, quienes supieron seleccionar entre toda la música que en ese momento sonaba en América Latina, las grabaciones  más adecuadas para recrear el ambiente adecuado para toda la historia. No más en el comienzo, es fantástico el hecho de iniciar toda la historia con la versión del inconmensurable Palito Ortega de The House of the Rising Sun, canción folclórica norteamericana cuyo origen se remontaría a principios del siglo 20, y cuyas interpretaciones más conocidas internacionalmente son la del grupo británico The Animals, de 1964, que alcanzó el primer lugar de ventas en los Estados Unidos y en el Reino Unido, y la de Joan Baez, de 1959-60.

La banda sonora incluye veintiocho temas, que van del rock hasta la balada romántica del momento, sumando a ello  las tonadas de salsa,  éxitos permanentes en las discotecas de aquel instante, uno que otro musidrama típico de la época, boleros memorables y, como detalle curioso, la interpretación orquestada de la Orquesta Filarmónica de Berlin de Also sprach Zarathustra, de Richard Strauss, que la gran mayoría de ustedes deben conocer y relacionar con Odisea 2001, la película que hizo Stanley Kubrick en 1968. Me adelanto un poco y les cuento que, en las últimas escenas, todo remata con Sui Géneris y su Canción para la muerte.

Después de escuchar este compilado, entre risas, buenos recuerdos de la casa materna y el agradecimiento que se puede sentir por figuras como Eddie Palmieri, Nicola Di Bari, Beny Moré, Juan Gabriel y otros reconocidos artistas exhibidos en esta pieza, me puse a pensar varias cosas, que la verdad vale la pena decir:

Por un lado, esta es una de las ocasiones en las que uno debe reconocer el cambio del tiempo y darse cuenta que sólo gracias a las plataformas digitales, tanto las de material visual como las de archivos sonoros, se pudo realizar este proyecto y se puede dar acceso masivo tanto a la historia como a la música de esta producción. No creo que a estas alturas sea un negocio rentable para cualquier disquera sacar el compilado y esperar ventas significativas. Ahora es simplemente armar una buena playlist y punto. Eso suena muy obvio, pero que existan estas posibilidades es darle la oportunidad a las nuevas generaciones de apreciar el sonido hispanoamericano de una década donde hubo una explosión sonora notable que, en la memoria de muchos, parece perdida, frente a la presencia continua de la música anglosajona de aquel entonces. La recuperación en este tipo de labores culturales de las producciones discográficas de hace cincuenta años hace justo honor a la importancia de dichos momentos, corrigiendo errores conceptuales con etiquetas fatales y displicentes como «música para planchar» y «cursilerías populares»

Por otro lado, este tipo de series y películas hechas por estos lares demuestran, una vez más, que no todo debe ser telenovela en  estos territorios, y que, con profesionalismo e historias novedosas, se puede crear un interés en público propio y ajeno (según cuentan, Secuestro del vuelo 601 es en este momento es una de las producciones no anglosajonas más vistas en Netflix).  Y de paso, a través de la música, poder narrar nuestra historia, la de nuestros padres y otras generaciones pasadas. No les voy a decir que ahora soy fan de Sabú, El dúo Dinámico o Los Moonlights, pero cada época tiene su propia banda sonora y, si contamos lo que nos pasa y lo que nos sucedió de esta manera, la audiencia sabrá algo más de nuestra identidad, que merece ser ampliamente conocida en el mundo entero.

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