Por José Gandour @zonagirante

Del once al trece de noviembre, en el Parque Metropolitano Simón Bolíivar, se celebrará una nueva edición del festival bogotano Rock al Parque. Y ya, a estas alturas del año, sabemos ya las bandas seleccionadas de la convocatoria distrital que participarán en dicho evento. Apenas es 20 el número de proyectos escogidos para representar la escena musical capitalina en el certamen y, además, al ver el listado, detectamos varios problemas que en ningún momento operan en bien de la organización. Vamos punto por punto:

– Según nuestros cálculos, las agrupaciones participantes que tienen su residencia en Bogotá no suman ni el treinta por ciento de la totalidad del cartel. Eso, la verdad, es ridículo, más si sabemos que el evento se financia con dineros de la Alcaldía. Además, conocemos la limitadísima promoción que tendrá la cuota local en la política de comunicación del ente organizador, el Instituto Distrital de las Artes, Idartes. A los artistas de la ciudad se les ha tratado durante los últimos años como relleno incómodo y poco relevante.

– El proceso de convocatoria del festival está diseñado por personas que no tienen ni idea de cómo se mueve la escena musical. En sus reglas y formularios se imponen reglamentos ridículos como prohibir la participación de músicos que se hayan ´presentado con otros proyectos en las ediciones de cualquier festival al parque del año pasado, o la sobre exigencia de documentos más dignos de burócratas avezados que de artistas novatos en las contrataciones estatales. Los que confeccionan el procedimiento son personas que no comprenden (ni les interesa) la realidad del día a día del mercado musical. Por esa razón, al revisar la lista de los postulantes, vemos cómo se quedaron afuera, por decisión de un combo de abogados tercos, nombres muy destacados de la actualidad artística de estos tiempos.

– Luego, entre los que pudieron presentar los papeles a tiempo y los luego escogidos para la siguiente etapa, vienen las audiciones, planteadas bajo unas características que contradicen el deseado espíritu del festival, bajo unas condiciones dignas de reality show de cuarta categoría, y sin el necesario ambiente para sentir el calor de la ocasión.

– El resultado y la escogencia final no refleja para nada lo que sucede en el día a día de la música en Bogotá. Aunque podemos decir (sin personalizarlos) que hay 4 o 5 agrupaciones llamativas, algunas ya con recorrido internacional, la gran mayoría no cumple con las condiciones necesarias para una escogencia justa y proporcionada para el festival. La gran mayoría no supera las 300 reproducciones mensuales en Spotify, no han tocado más de 3 veces en los últimos doce meses y varias de ellas no tienen material nuevo desde hace 5 o más años. Y mejor no hablar del nivel de muchas de las grabaciones que tienen estas bandas en las plataformas digitales. Si van a escoger veinte proyectos dignos de representar a la capital colombiana, háganlo en serio y no caigamos en el absurdo.

La desidia de los organizadores es notable, y se nota que les importa poco lo que salga de la ciudad en el festival más grande que tiene el país desde hace más de veinticinco años. Cada día le quitan más valor a la marca del festival y a la importancia continental que gozaba en el pasado. Ojalá que , y sé que va a sonar contradictorio, a buena parte de los seleccionados tes vaya bien, que consigan sus metas, pero dudo mucho que eso suceda, salvo un par de excepciones. Rock al Parque 2023 comienza cojeando y traicionando una vez más los intereses de una escena musical que, con el paso de las ediciones, se siente menos comprometida con lo que antes era una de sus actividades culturales que más orgullo despertaban entre los aficionados.