Por José Gandour @zonagirante
No pasa nada. ¿No pasa nada? (no, esto no es chiste de Seinfeld). Todo lo que transcurre y vemos en este video, pasa todos los días frente a nosotros, y, seguramente, ocurre en nuestras vidas y, por momentos, no lo queremos reconocer. Es lo cotidiano y, por supuesto, lo que vivimos desde el momento que despertamos, vamos a la escuela o al trabajo, lo que sucede en nuestra familia, la cena, el regreso a casa y el posible sexo ocasional, todo eso, no es digno de una serie de Netflix. Simplemente ocurre y no andamos firmando autógrafos por ahí por vivir lo que vivimos todos los días. Pero, ¿qué pasa si ponemos una cámara, en perfecto encuadre, sin moverse (salvo pequeños instantes en los que, por la velocidad de la moto, o cuando descolgamos la ropa recién lavada)? Una cámara que es testigo de la quietud, de la ínfima alegría, del tedio, del desamor, del querer huir y no mover un dedo, del querer besar y no hacerse notar. ¿Qué ocurre si a todo eso sumamos doce canciones (sumando en total 38 minutos), hechas por una orquesta que combina jazz, trip hop, funk, blues, neo soul y otras especies sonoras contemporáneas, que parecen expresar lo que piensan los protagonistas, a los que no vemos reaccionar frente al lente? Bueno, de eso se trata la experiencia audiovisual que nos propone el proyecto musical argentino Nafta, y su segunda publicación discográfica de larga duración, llamada Nafta II.
Hay que decirlo: No sólo es una idea poco común sino que, además, está hecha de manera impecable. La música sabe, por si sola, crear la atmósfera para meternos en la película (aún si solo escuchamos y cerramos los ojos). En mayor o menor medida, esta es nuestra historia, o al menos lo que nos cuentan lo hemos vivido en algún momento (no juguemos a ser especiales, eso de las vidas extraordinarias es cuestión de pocos días) y siempre hemos tenido acceso a buenos planes musicales que han intentado describir de forma efectiva lo predecibles que somos. Y si hablamos de lo que vemos, hay que decir que la idea es sencilla y contundente. Esta pieza videográfica, hecha bajo la dirección de Pablo Rojzman, es un ejemplo exitoso de ello. La dirección de fotografía de Delfina Margulis Darriba (en la mayoría de los cortes) contiene magia, ya que no hay nada más difícil de hacer que conseguir que lo rutinario se vea bello. Es un producto total listo para ser visto en repetidas ocasiones, esperando que, cuando ya las imágenes nos cansen, sigamos con la música y sigamos dándole más color a todo lo corriente que nos contiene, jornada tras jornada.