Por equipo de Zonagirante.com @zonagirante
Arte portada Zonagirante Estudio
1. Intro — El nuevo coco digital
Hay semanas en las que Spotify parece decidido a ganarse otro enemigo, y esta no fue la excepción. Las recientes pautas publicitarias de ICE, cuyo contenido encendió las redes, volvieron a poner a la plataforma en el centro de la indignación pública. Fue el chispazo perfecto para que muchos recordaran todo lo que no les gusta de Spotify: su lógica empresarial agresiva, su presencia ubicua y su incapacidad para leer el ambiente social en el que opera. Y así, otra vez, el monstruo verde se convirtió en “el coco” de las plataformas digitales.
Pero esta molestia no surge de la nada. Basta hacer un repaso por sus últimos años para entender por qué cada controversia prende tan rápido. Spotify no solo ha metido la pata comunicacionalmente: también ha invertido capital en empresas dedicadas al desarrollo de tecnologías militares y de defensa. Para muchos, esta decisión chocó frontalmente con la imagen “cool”, creativa y juvenil que la plataforma intenta proyectar. Que una compañía que se presenta como aliada de los artistas destine recursos a sectores relacionados con armamento y vigilancia tecnológica resulta, cuanto menos, contradictorio.
A eso se suman los ya célebres “pecadillos verbales” de su CEO, Daniel Ek, quien cada tanto deja caer declaraciones que irritan a músicos y usuarios por igual. Desde minimizar el valor del proceso creativo hasta sugerir que los artistas deben trabajar más para ganar más streams, Ek ha logrado instalar la idea de que la plataforma ve la música como un insumo reemplazable dentro de una cadena industrial. Cada comentario refuerza la distancia emocional entre Spotify y quienes sostienen su catálogo.
Con este historial, no es raro que cualquier nueva polémica —como la publicidad de ICE— funcione como una chispa en un depósito de gasolina. La discusión deja de ser sobre esa pieza puntual y pasa a ser sobre todo lo que la gente siente, sospecha o detesta de Spotify desde hace tiempo. Las redes se encienden, la indignación se recicla y la plataforma vuelve a transformarse en símbolo de un ecosistema digital que parece cada día más desconectado de su comunidad creativa.
Así empieza este artículo: no desde la rabia momentánea, sino desde un cansancio acumulado que nos lleva a volver a preguntarnos, una vez más:
¿En qué momento la promesa cultural más grande del siglo XXI terminó convirtiéndose en el antagonista de su propia historia?
2. La gran idea… y el gran fracaso para los músicos
Cuando Spotify apareció, la promesa era casi utópica: toda la música del mundo, accesible para cualquiera, por un costo bajísimo o incluso gratis. Era imposible no enamorarse de esa idea. Para millones de oyentes en América Latina, significó democratización, descubrimiento, comodidad y la sensación de que la música por fin estaba al alcance de todos, sin barreras geográficas ni económicas.
Pero detrás de esa revolución, que sí cambió nuestros hábitos, se escondía una estructura económica profundamente desigual. Y en esa estructura, el eslabón más débil siempre fue —y sigue siendo— el músico.
El modelo de pagos por streaming no está diseñado para valorar el proceso artístico ni la diversidad cultural, sino para alimentar un sistema que premia únicamente el volumen. Las canciones se vuelven números, y los números determinan cuánto recibe cada quien. Es un esquema que privilegia a los gigantes de la industria, a los catálogos que dominan las playlists oficiales y a los hits que acaparan millones de reproducciones. Mientras tanto, el artista independiente queda relegado a centavos que llegan con suerte y con retrasos.
Y como si eso fuera poco, el camino para que ese dinero llegue al creador está lleno de intermediarios. Antes, un músico podía vender un CD directamente y recibir el ingreso completo. Hoy, para entrar a Spotify, debe pasar obligatoriamente por agregadoras que cumplen un rol más bien burocrático: certifican, distribuyen y suben la música, pero a cambio se quedan con una parte del ingreso o cobran tarifas que, para muchos proyectos emergentes, ya representan un sacrificio. El artista independiente termina financiando su propia entrada a un sistema que, finalmente, no le garantiza casi ningún retorno.
Es una ecuación cruel: más trabajo, más gastos, más exposición pública… para recibir menos que nunca.
Así, la plataforma que prometía ser la gran aliada de la música terminó consolidando un modelo donde quienes crean son quienes menos se benefician. La idea original era maravillosa, pero la realidad económica es otra cosa. Y aunque Spotify suele defenderse diciendo que reparte millones cada día, esa cifra siempre se diluye cuando llega el momento de mirar cuánto le llega a un solo músico, a una sola banda, a una sola canción.
En esa distancia —entre la visión perfecta y la práctica imperfecta— es donde se ha ido desgastando la relación entre Spotify y la comunidad artística. Y, como veremos más adelante, no solo es Spotify: el sistema entero está construido para que los músicos independientes tengan que celebrar recibir migajas de su propio trabajo.
3) ¿Cómo está dividida la torta de audiencia en América Latina?
Parte del dilema que enfrentamos al criticar a Spotify es reconocer una realidad dura: su poder en América Latina es muy grande, y no es fácil simplemente abandonarlo sin sacrificar alcance. Según datos recientes, una parte importante de sus usuarios activos mensuales (MAU) proviene de Latinoamérica. Además, Spotify ha mostrado un compromiso constante con la región, algo que otras plataformas no siempre lograban igualar con la misma escala.
Un dato clave a tener en cuenta es su modelo de suscripción prepago: en muchos países latinoamericanos esa modalidad facilita que usuarios sin tarjeta de crédito estándar puedan acceder al servicio Premium. Esa estrategia ha sido fundamental para que más personas puedan pagar por música, aumentar la base de suscriptores y justificar inversiones locales más agresivas.
Desde la perspectiva de Zonagirante.com (o de cualquier curador que quiera llegar a muchos oídos), esto importa muchísimo: mover todas nuestras playlists a plataformas “más justas” en términos de pago puede sonar bien en teoría, pero en la práctica reduce drásticamente el público potencial. No todos los oyentes alternativos usan Tidal, Deezer o Bandcamp masivamente, especialmente en Latinoamérica, donde el mercado de streaming ya está muy concentrado.
Por supuesto, Spotify no tiene el monopolio absoluto en la región. Hay competencia: Apple Music, Amazon Music, YouTube Music y otros están presentes, y algunos ya comienzan a ganar terreno en ciertos nichos. Pero la escala que ha alcanzado Spotify, sumada a su modelo de acceso adaptado a realidades latinoamericanas, lo convierte en una plataforma decisiva para el descubrimiento musical local.
En resumen: sí, Spotify es problemático para los músicos, pero también es una fuerza indispensable. Su presencia regional, sus estrategias económicas y su capacidad de llegada lo hacen difícil de reemplazar por completo para curadores que quieren maximizar el impacto.
4. Los otros no son mejores personas — solo son más disimulados
Sería cómodo pensar que el problema es exclusivamente Spotify. Que si migráramos en masa a Apple Music, Amazon Music o cualquier otra alternativa, todo sería más ético, más transparente o más justo para los músicos. Pero la realidad es más incómoda: los otros gigantes de la industria no son precisamente modelos de virtud. Lo que pasa es que hacen mejor trabajo escondiendo sus contradicciones.
Tomemos a Apple, por ejemplo. Durante años ha vendido su imagen como defensora de la privacidad, el diseño impecable y el “pensamiento diferente”. Pero en la práctica, su relación con los gobiernos de turno ha sido mucho más flexible. En Estados Unidos, a lo largo de la administración Trump, Apple mantuvo alianzas corporativas estratégicas y evitó cualquier confrontación que pudiera afectar su negocio. Sus intereses en manufactura, tecnología y servicios digitales pesaron más que cualquier postura pública sobre derechos civiles o laborales.
Y luego está Amazon, el gigante silencioso que siempre parece estar en todas partes sin querer llamar demasiado la atención. Su servicio de música tiene presupuesto, catálogo y estructura, pero la compañía en sí está construida sobre políticas que han sido ampliamente criticadas: prácticas antisindicales agresivas, presiones laborales desmedidas y relaciones igualmente pragmáticas con el gobierno Trump cuando les convenía para expandir operaciones o contratos de infraestructura tecnológica. En términos éticos, Amazon Music no es precisamente la alternativa limpia y responsable que uno querría para reemplazar a Spotify.
Así que no, los otros no son “los buenos de la película”. Son corporaciones con prioridades similares: crecimiento, dominación del mercado, optimización de costos. Lo que los diferencia es el nivel de escándalo visible. Spotify parece cometer errores públicos más seguido —y con más torpeza—, mientras que Apple y Amazon prefieren operar con una elegancia fría que disimula mejor las grietas.
Al final, cambiar de plataforma no es necesariamente cambiar de valores. En muchos casos es solo cambiar de estilo de corporación. Y eso nos obliga a una pregunta más profunda:
¿Existe realmente un espacio de streaming que sea ética y económicamente justo para los músicos?
Lo veremos en el siguiente punto.
5. ¿Es momento de un boycott? ¿Cómo enfrentamos realmente a un gigante como Spotify?
Cuando estalla una polémica como la de estos días, la reacción inmediata suele ser: “¡Hay que abandonar Spotify!”. Suena contundente, moralmente claro, casi heroico. Pero la realidad es más enredada. Hacer un boycott efectivo implica algo más que indignación: requiere masa crítica, coordinación y una alternativa viable. Y, seamos sinceros, en pleno 2025 ninguna otra plataforma tiene la influencia que tiene Spotify en América Latina.
Podemos odiar su modelo de pago, su indiferencia hacia los independientes, sus malas decisiones publicitarias o las inversiones cuestionables de la compañía. Todo eso es válido. Pero también hay que reconocer que, por pura concentración de usuarios, visibilidad y acceso, hoy sigue siendo el espacio donde más oídos están.
Y enfrentarse a un gigante con esa musculatura requiere estrategia, no solo rabia.
¿Qué podemos hacer entonces? La primera respuesta está en el terreno de los artistas: diversificar. Lanzar música en plataformas que tratan mejor al creador, como Bandcamp, donde no intervienen agregadoras, donde el pago es directo y donde la relación entre artista y público no pasa por un algoritmo sino por una comunidad. Ese espacio se ha convertido en un refugio para proyectos independientes que buscan sostenibilidad sin perder autonomía.
La segunda está del lado de quienes hacemos curaduría, periodismo o acompañamiento musical. En Zonagirante.com, por ejemplo, llevamos tiempo explorando alternativas para nuestras playlists. Créenos que lo intentamos. Pero hoy, si migráramos toda nuestra actividad a otra plataforma, la audiencia potencial caería a niveles anecdóticos. Sería casi un ejercicio interno, sin impacto real. Y nuestro trabajo —nuestro compromiso— es estar del lado de los músicos independientes, pero también del lado de los oyentes que todavía están en proceso de descubrirlos.
Así que sí: buscamos alternativas. Estamos atentos a cualquier cambio de tendencia. Nos gustaría vivir en un ecosistema más justo. Pero mientras tanto, seguimos usando Spotify porque es donde están los oídos. Lo hacemos con conciencia crítica, con malestar acumulado y con la esperanza de que, si este debate sigue creciendo, quizás en unos años podamos decir que sí, que el streaming evolucionó hacia un modelo más equitativo.
Por ahora, lo que toca es seguir presionando, seguir visibilizando las injusticias y, sobre todo, seguir construyendo comunidad alrededor de quienes más necesitan apoyo: los músicos y músicas independientes.
6. Cerrar filas, debatir y construir comunidad
Llegados a este punto, la conclusión no es tan simple como cancelar una suscripción o mover un par de playlists. El debate sobre Spotify —y sobre el streaming en general— es más profundo, más estructural y más incómodo. No se resuelve con un gesto aislado ni con la ilusión de que existen empresas “buenas” y “malas”. Todas estas plataformas operan dentro del mismo sistema, un sistema que premia la escala, la automatización, el consumo masivo y la concentración del poder.
Pero eso no significa que debamos resignarnos. Lo que sí podemos hacer es fortalecer las alternativas que realmente ponen al artista en el centro: plataformas como Bandcamp, que permiten lanzar música sin intermediarios; proyectos comunitarios; modelos de suscripción directa entre público y creador; redes locales que cuidan más la diversidad que los algoritmos. Esos espacios existen y necesitan apoyo para crecer.
Desde Zonagirante.com vamos a seguir buscando rutas para ampliar esas opciones. Mantendremos nuestras playlists en Spotify porque, hoy por hoy, es ahí donde ustedes —nuestros lectores, nuestros oyentes— encuentran más fácilmente la música nueva. Pero eso no nos impide seguir presionando, señalando los abusos, defendiendo a los músicos independientes y explorando plataformas que puedan equilibrar la balanza en el futuro. Sería irresponsable abandonar un espacio de alcance masivo sin tener una alternativa real que permita seguir visibilizando a quienes más lo necesitan.
Lo que sí podemos hacer, desde ya, es abrir este debate con ustedes. Queremos escuchar sus experiencias, sus dudas, sus frustraciones, sus propuestas. Queremos saber qué piensan del panorama del streaming, si han intentado migrar a otras plataformas, si sienten que el modelo actual puede cambiar o si estamos atrapados en él.
Esperamos sus sinceros comentarios.
Queremos que, a través del debate sobre temas como este, podamos formar comunidad. Una comunidad crítica, informada y comprometida con la música independiente.
Que este artículo sea apenas el comienzo.



